Cuando vendía libros por las plazas y tenía uno o dos títulos publicados, ninguno para niños todavía, y aún no me aferraba a la posibilidad de que pudiera ganarme la vida así, un día una nena me regaló un puñado de hojitas.
Yo hablaba con la mamá seguramente, que leía o escuchaba algún poema recitado por mí, y entonces la nena me obsequió el tesoro que tuvo a mano.
Veinte años después esas hojitas secas que nadie más que yo recuerda (o eso creo), permanecen en una pequeña caja transparente, de plástico, donde en su momento las supe acomodar, y las mantengo a la vista en el ropero y las puedo mirar todas las mañanas o todas las tardes, aunque casi nunca lo haga (así de autómatas somos las personas) y me pueden sorprender, trayéndome viejos recuerdos, cuando ellas en verdad lo desean.
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viernes, 12 de junio de 2020
domingo, 7 de junio de 2020
Tomo apuntes
Tomo apuntes en un cuadernito espiralado. Ideas sueltas. Frases entrecomilladas de la canción que escucho, de la autora que se me dio por leer, o de los divagues propios a los que me entrego. No espero nada. Sólo escribo.
Los renglones de la hoja están demasiado juntos. Si los respeto, me asfixio. Si voy de dos en dos, me sobra el aire, siento que las palabras se me vuelan.
¿Qué hacer entonces?
Fácil, olvidarme de los renglones, escribir como si de una hoja blanca y lisa se tratara, no ceder a las presiones del diseñador de cuadernos de oficina.
Los renglones de la hoja están demasiado juntos. Si los respeto, me asfixio. Si voy de dos en dos, me sobra el aire, siento que las palabras se me vuelan.
¿Qué hacer entonces?
Fácil, olvidarme de los renglones, escribir como si de una hoja blanca y lisa se tratara, no ceder a las presiones del diseñador de cuadernos de oficina.
miércoles, 3 de junio de 2020
Interludio
Microrrelato de estos días.
INTERLUDIO
Era tierra de barbijos. La reciente soledad y el silencio, se trocaban por unos rostros espaciados que no había manera de reconocer.
ALEJANDRO LAURENZA
INTERLUDIO
Era tierra de barbijos. La reciente soledad y el silencio, se trocaban por unos rostros espaciados que no había manera de reconocer.
ALEJANDRO LAURENZA
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