No tengo religión (ni creo en ellas, aunque respeto a quienes sí las tienen), ni partido político, ni club de mis amores (sólo cuando juega Argentina me compenetro en esa metáfora de la guerra, como dice Galeano, y hasta ahí llego). Creo en dios (con minúscula para sentirlo más cerca), pero me veo totalmente incapaz de convencer a nadie para que crea o deje de creer en él (también con minúscula). Creo además en el amor, territorio en el que piso más firme, con menos precauciones, y el único que predico en los pocos ataques evangelizadores que me sorprenden de vez en cuando.
Ahora sí. La Paz.
La Paz
Mientras el hombre se sienta dueño del hombre, y no cesen las esclavitudes directas o económicas; mientras a unos les sobre el dinero y a otros el hambre; mientras la tierra sólo sirva para maximizar los beneficios de quien la posee, y no sea buena para tirarse un rato boca arriba, con una ramita entre los dientes, a mirar el cielo.
Mientras el nombre del creador siga siendo utilizado en vano, y se lo alce como instrumento dignificador de la propia verdad, y como argumento suficiente para descalificar la verdad del prójimo, con el prójimo incluido; mientras algunos sueñen con ese único credo instalado en todos los corazones, y se olviden de que cada corazón es único, y de que la fe se siente o no se siente, pero nunca se impone o se demuestra.
Mientras el color de la piel, la estatura, la forma de los ojos, y demás frivolidades, continúen separando las aguas, y las aguas se dejen separar; mientras una mano se apoye en la otra para estar un poquito más alto, en lugar de trabajar junto a ella para construir un mundo mejor; en fin, mientras la historia se repita, no habrá sitio para una paz verdadera. A lo sumo podrá existir, como otras veces, un pobre equilibrio entre oprimidos y opresores, siempre dispuesto a desequilibrarse, pero nunca esa: La Paz.
Alejandro Laurenza