martes, 29 de marzo de 2011

Poemas del silencio

Hace poco más de tres años, tuve la costumbre de almorzar en una de esas cafeterías que comparten su espacio con un negocio de venta de libros. Quizá se debió a que me quedaba cerca de aquel trabajo temporario, o a la atracción que los libros siempre ejercen sobre mí, o a una simple excusa para mantener a salvo mi soledad.

La rutina, que perduró durante varios meses, era fácil: llegar al local diez o quince minutos antes de la hora pico (es decir la hora en que los porteños y no porteños salen en masa de sus trabajos a cortar el día, y ocupan todas las mesas que encuentran a su alrededor), elegir varios libros de poesía al azar (de autores conocidos y desconocidos para mí), ordenar mi almuerzo (normalmente un sandwich y un café con leche grande), y sentarme entonces en un pequeño y cómodo sillón, con una mesa baja al frente, los libros desparramados en ella, para disfrutar de la lectura en ese living compartido, y también de la colación, ¿por qué no?.

Fue allí donde descubrí a varios autores que lograron cautivarme, y decidí entonces comprar sus libros (dicho sea de paso, la propuesta comercial de estos lugares funciona, no cabe duda), y los tengo ahora en mi biblioteca, para ser repasados en ciertas noches inconfundiblemente poéticas, que nacen no sé cómo, ni de dónde.

Y entre esos autores, se presentó Alina Diaconú, con sus Poemas del silencio, dispuesta a inundarme de paz, haciéndome/obligándome a caer como un péndulo y a existir sin esfuerzo (robo aquí sus palabras), aunque mal no sea por un rato.

Con su permiso, transcribo dos de sus poemas, a modo de muestra.


Aceptación

¿Cómo aceptarlo todo
sin resistir?
¿Cómo fluir con la corriente
sin usar lo que creemos es
nuestra preciada voluntad?
¿Cómo dejar que las cosas sean
no como nosotros las queremos?
¿Cómo sustituir
terquedad por flexibilidad,
imposición por aceptación,
sin que eso sea renuncia?
¿Cómo existir sin esfuerzo?
¿Cómo abandonar la lucha
que nos posibilita
una vana sensación de triunfo?
¿Cómo soltar
la idea de cambiarlo todo
a nuestro antojo
e intentar cambiarnos nosotros
a nosotros mismos,
olvidando la propuesta
de cambiar el afuera?

Acaso la respuesta
a tanto interrogante
sea entender que esas son
las causas de la ira
y que su supresión es suprimir
a ese arremolinado enemigo.

Alina Diaconú
del libro “Poemas del silencio”



Mañana

Entreveo mi ocaso
en este mundo,
haciendo
vida
contemplativa.
Podría ser
frente al mar,
o a un lago
o a un cerro nevado.
La elección estaría
en Quien elige.
El Universo
sabe lo que hace,
pero también escucha
los deseos.
No tengo miedo ya,
confío.
Intentaré explorar
la anteúltima
instancia.

Alina Diaconú
del libro “Poemas del silencio”

martes, 22 de marzo de 2011

Queen en Rosario

Compartiré hoy un texto del escritor rosarino y amigo Raúl Astorga, a quien agradezco su permiso para hacerlo.

El día que Queen estuvo en Rosario


Tengo junto al escritorio un desplegable que contiene varios calendarios. Están todos los calendarios en esos varios calendarios. Están todos los calendarios desde el 1800 hasta el 2050. Sin pensar que ese año tal vez se termine todo, comienzo a curiosear fechas, días, especiales y no tanto, y me doy cuenta de que este año es la repetición exacta del calendario de 1981. Casi simultáneamente, consigo un viejo ticket para el concierto que dio Queen en el estadio de Central, el viernes 6 de marzo, a las 22: 30 hs. y verifico que, efectivamente, este año el 6 de marzo fue viernes, y mi cumpleaños, también en marzo, fue miércoles, como aquella vez en que nací, y que este calendario se repetirá en el 2015, si llegamos, y así sucesivamente.

Siempre que ha habido un recital en Central, brisa paranaense mediante, por el río digo, quienes hemos vivido en Empalme Graneros hemos percibido canciones de Sting, de Soda Stéreo, de Serrat no puedo confirmarlo porque he estado en esas presentaciones. Pero todo eso fue a partir de Queen. Queen fue la primera banda gigante que se presentó en mi ciudad con toda una potencia de sonido y toda la parafernalia lumínica que la banda paseaba por todo el mundo en ese momento. Cuando es común que ante un evento que se transforma en leyenda vaya creciendo el número de espectadores con el tiempo, todos dicen yo estuve, siempre mantuve mi verdad respecto de esa noche mágica: no estuve porque no me gustaba demasiado en ese momento, y no pude ir en calidad de curioso que no se pierde ningún evento porque me había gastado mis ahorros siguiendo a Central que en el diciembre anterior había salido campeón nacional de primera división. Pero esa noche ocurrió algo que uno no puede olvidar con facilidad.

Era común que durante el verano me sentara en el patio de mi casa, en la oscuridad de las noches estrelladas, a escuchar la radio y ver pasar el último avión que volaba el recorrido Buenos Aires-Rosario hacia el aeropuerto de Fisherton, que en realidad está en Funes, pero ése es otro tema. Esa noche, me llamó la atención, cerca de las once, el escalofríantemente bello coreo de una multitud: we will we will rock you, we will we will rock you. Yo tenía casi diecisiete años, sólo faltaban días para cumplirlos, la edad suficiente para conmoverme con ese coreo y con la voz que más tarde surcó la calma noche rosarina implorando al amor de su vida: bring it back, bring it back… love of my life don’t leave me. Sólo años después, y uno no madura inútilmente, me di cuenta de que la voz de Freddie Mercury se había quedado para siempre en nuestro aire. Como el aroma del río, de sus sábalos, de sus dorados, ya será inevitable pasar por Central sin recordar entre otras historias futboleras y musicales, que Freddie dejó su voz allí, una noche de calor humano y de verano.

Cuando empezaron las clases, hablé del tema con Ariel D. quien hizo toda la secundaria conmigo. Ariel D. estuvo esa noche frente a ese escenario y no lo olvidará jamás. Me invitó a su casa un sábado por la tarde para escuchar música. Encendió un equipo que tenía dos baffles de madera a los costados, me puso todos los vinilos de Queen que tenía y me regaló el cuadernillo que había comprado en el recital. Esa fue la tarde de la conversión, cuyo rito se completó con la promesa de que, porque estaba previsto así ante el éxito obtenido, cuando volvieran los Queen en su próxima gira, iba a ir con Ariel D. a verlos como íbamos juntos a ver a Central los días de semana de Copa Libertadores, escapando de la clase. Esa tarde comencé a adoptar a la banda de Mercury, May, Deacon y Taylor entre mis preferidas, aunque sólo con los años fue adquiriendo el carácter de entrañable.

Queen no volvió a Rosario, no volvió a Argentina, por razones que, sobre todo los de mi edad, conocemos. Pero hubo una mañana en que todo pareció romperse para siempre. Yo trabajaba en los talleres ferroviarios de Pérez, por sus personas, una cálida ciudad lindera a Rosario, tenía un banco de trabajo con herramientas y una radio que me mantenía vivo por esos años. Era noviembre, y la noticia me golpeó como golpean las sorpresas desagradables: falleció Freddie Mercury, dijeron. Algunos chicos corrieron a otras secciones a llevarle la noticia a otros compañeros, ante el reproche incomprensible de los más viejos. Dejé todo y me fui a uno de los baños que estaban en un descampado, lejos de los galpones donde reparábamos locomotoras. Me quedé casi dos horas, consternado, porque ya no vería nunca más a Queen. Con Freddie había muerto una esperanza, y sólo debía quedarme con aquella noche de su voz atravesando el aire rosarino, con los temas de “Una noche en la Ópera” que cambiaron mi forma de oir música.

Ahora, con este calendario que contiene todos los calendarios, me veo aquella noche, en la perezosa, en el patio arbolado de mi casa, donde aún viven mis viejos y mi hermana, percibiendo a un hombre que se convirtió en leyenda junto con ese concierto que también se convirtió en leyenda. Me veo disfrutando, sin notar, en ese momento, que sólo un año después, en abril, el borracho que nos gobernaba iba a jugar a la guerra, iba a prohibir que se pasara música en inglés por radio, y que viniera cualquier banda inglesa a nuestro suelo, e iba a desterrar para siempre de este mundo a miles de hombres, de apenas dos años más que los míos, que soñaban con un futuro mejor al influjo de melodías que seguramente fueron tocadas en alguna ocasión por esa banda que dejó su huella en Rosario.


Raúl Astorga

domingo, 6 de marzo de 2011

Defensa del escritor

Reflexionemos.

Defensa del escritor


Ser escritor puede llegar a apreciarse como algo inútil, como una pérdida de tiempo en esta vida marcada por el utilitarismo, como un juego vano entre los deberes impostergables.

¿Pero existe algo que no sea un juego? ¿No somos los hombres actores de una obra que elegimos (o nos dejamos) representar, y que intentamos tomarnos más o menos en serio, juzgando desde allí las obras que otros representan?

Planteado así, ¿cómo podemos hablar de deberes impostergables? ¿Para quién?


Alejandro Laurenza