lunes, 17 de agosto de 2009

Salir a las calles

Una vez publicado Silencios de un Mundo, mi primer libro de poesía, decidí que algo debía hacer, aunque no supiera qué. Quería venderlo de alguna manera, pero sin poner en compromiso a mis familiares y amigos.

Pensé entonces en hacer presentaciones, cosa que descarté rápidamente: me daba pavor hablar en público, y aún hoy me sigue dando (vamos a ver si alguna vez me quito el miedo, y aprendo a hacerlo). Cuanto mucho podía leer uno o dos poemas a micrófono abierto, pero no más que eso. Tenía que buscar por otro lado.

Acudí luego, inocentemente, a las cadenas de librerías, pero pronto aprendí que la poesía no es negocio, y mucho menos la poesía de un autor desconocido (más allá de la calidad literaria, o no, del desconocido en cuestión). Sí conseguí que aceptaran mi libro, consignado, en unas pocas librerías de barrio, incluyendo aquella en la que trabajaba un muy buen amigo. Entonces supe por qué la poesía no es negocio: simplemente porque no se vende o, lo que es lo mismo, porque la gente no la compra.

En este punto podríamos preguntarnos: ¿qué es lo que sucede? ¿Por qué la poesía tiene tan pocos amantes? O si los tiene, ¿por qué éstos no buscan nuevos autores? Claro, podríamos preguntarnos, pero a mí no me entusiasma quedarme sólo con las preguntas. Sé que quiero vivir de lo que más me gusta en la vida, que es escribir, y hacia allá voy, con preguntas o sin ellas.

Entonces decidí salir a las calles. Pronto. Sin detenerme a pensar en lo que hacía. Aparecí una tarde, después del trabajo, en la plaza San Martín, con mi mochila llena de libros, con el paso inseguro y con la ilusión asomando apenas, dudando entre quedarse o dejarme solo.

Podía pasar cualquier cosa. Podían comprarme algunos libros, o podían pedirme incluso que dejara de molestar con mis estúpidos poemas (con el tiempo descubriría que en la calle todo eso ocurre, y también más). Pero lo que ya no podía pasar era que me encontrara un día solo en una habitación o donde fuera, enojado conmigo mismo, decepcionado, por no haberme animado a intentarlo.

Luego de serenar los latidos del corazón, que parecía desbocado ante la presencia de lo nuevo, comencé a saludar tímidamente a quienes descansaban en algún banco, ofreciéndoles mi libro, o a quienes estaban sentados en el césped, o sobre las raíces de algunos de esos árboles añosos, que contribuyen a hacer tan especial a la plaza San Martín.

Para mi sorpresa, hubo varias personas que me compraron. No recuerdo ahora cuántas, pero seguramente más de lo que yo esperaba. Y eso me dio el impulso para seguir adelante, y para encontrarme todavía (con un receso de varios años en el medio, debido a facultad, trabajo, e indecisiones varias) vendiendo libros por plazas y parques de Buenos Aires. Cosa que disfruto muchísimo.

Aquí podríamos volver a las preguntas: ¿por qué en las librerías no, y en las calles sí? ¿El aire libre nos distiende y nos vuelve más sensibles y poéticos? ¿La presencia del autor luchando por lo que quiere nos conmueve de alguna forma? ¿O se trata sólo de hábitos de consumo: compramos aquello que nos resulta más fácil comprar, que nos llevan hasta las manos, y depositan de manera sencilla? Pero no importa el porqué, olvidemos como antes las preguntas.

Volviendo a las plazas y parques, luego de haber pasado por diferentes sitios, deambulo ahora más que nada por dos que son de mi preferencia, no sólo porque allí me compran bastante, sino además porque me hacen sentir estupendamente bien. El primer lugar es la ya nombrada y bendita plaza San Martín, en Retiro, que me vio empezar y aún hoy me sigue viendo (algo cansada, seguramente, de tanta caminata repetida), y el segundo es el parque Tres de Febrero, en Palermo, que me transporta a la infancia, con sus interminables y maravillosos bosques, y con sus lagos que, aunque artificiales, son también muy hermosos, sobre todo al atardecer.

Así que ya saben, quizá algún día, cuando menos prevenidos estén, nos crucemos por allí y terminen por comprarme un libro.

Para despedirme, quiero dejar un poema que escribí hace bastante tiempo, y que a veces recito (para mis adentros, claro) cuando me parece que las cosas se están haciendo esperar un poco más de lo que quisiera:


A pesar de todo


Aunque el mundo me diga que es inútil,
aunque el sol se esfume con tus ojos,
aunque rinda homenaje a lo imposible
y mi amor se canse de estar solo.

Aunque cuente mil ovejas en mis noches,
y mil noches se encarguen de soñarte,
aunque cubra mi alma de promesas
y ni una consiga consolarme.

Aunque toquen las campanas del olvido,
aunque llegue el invierno a mi morada,
aunque abrace la bandera del prejuicio
y esos dedos me obsequien su mirada.

Aunque pierda a cada paso una sonrisa
y el destino me clave sus puñales;
¡no dormiré en el altar que se levanta
donde el cielo decide resignarse!


Alejandro Laurenza
del libro “Libertad y otras yerbas”

14 comentarios:

Anónimo dijo...

Ale, estoy seguro que algún día el sueño de vivir con tu poesía se hará realidad debido que para mi, al igual que muchos, sos un emblema de la literatura. Por favor no pierdas nunca esa capacidad de mostrarle al mundo lo importante que es la poesía.
Abrazo grande!
Martin

Alejandro Laurenza dijo...

Gracias por el aliento, Martín! :-)

Un abrazo,
Ale.

Anónimo dijo...

Y... no hay que rendirse, carajo. Un abrazo. raúl, de Rosario.

Alejandro Laurenza dijo...

Claro que no, Raúl. La vida es un lugar en el que siempre decidimos lo que queremos hacer, por acción u omisión, :-P.

Un abrazo,
Ale.

Blanca Miosi dijo...

¡Oh! ¡qué preciosa entrada, Alejandro! me has emocionado, te imagino en tus primeros pasos por la Plaza San Martín, con tus pequeños libros bajo el brazo, ofreciendo, mirando, sonriendo, esperando algún rechazo, para de un momento a otro, encontrarte con que ¡la gente te compraba los libros! y luego tú te alejabas y los observabas, querías saber sus reacciones, que te dijeran: "me gusta", "eres sensible", o no, bueno, che, selo compré porque se veía tan dulce! ¡un chico vendiendo poemas! eso no se ve todos los días! no, eso sólo lo hace un ser especial, entonces lo compro, y yo que no leo poesía haré un esfuerzo y lo leeré. Luego sale con que le gusta la poesía, o tal vez ese día lo dejó la novia y va a Palermo y te busca, pues necesita desahogar sus penas y compartir poesía y necesita un libro de poemas...
Ya ves, Alejandro cómo me has hecho soñar, y eso que no estoy en Buenos aires, me ha encantaado leer tus experiencias, debes ser una persona increíble.

Un gran beso!
Blanca

Alejandro Laurenza dijo...

Blanca, muchas gracias por tu comentario!

Lo que te puedo asegurar es que cada vez que me iba a acercar a alguien, me daba una de esas cosquillas en la panza, que hacen uno deba juntar coraje antes de empezar a hablar. Por suerte con el tiempo se fue haciendo mucho más fácil, :-).

Un abrazo,
Ale.

Ro dijo...

Me gustó ese poema. Tenés razón: la poesía no vende libros. Salvo que haga tiempo que esté en el limbo (que el pontífice suprimió, claro está). Pero a veces, uno hasta piensa en poesía. Todo tiene la forma y el el espectro de la poesía; su impronta, y su holograma. Da vueltas y gira, gira en la mente hasta que uno la vuelca y ya no le pertenece. Ojalá puedas cumplir tu sueño de vivir de lo que más te gusta hacer. Es difícil, pero no imposible. Eso sí, esta rosarina te dice: no claudiques desechando la verdadera poesía. Creo que aún sos un "puro". Me gustaría charlar con vos, sobre una mesa tus libros... Bueno, no sabía que eras de Buenos Aires... Un beso. Ro.

Alejandro Laurenza dijo...

Ro,

Lo que suelo buscar es sinceridad en lo que hago, más allá del género que esté escribiendo. En cuanto a si es verdadera poesía o no, eso no lo sé (poco sé de literatura, más que lo que puedo intuir). A veces me preocupa que no lo sea, pero suelo llegar a la conclusión de que lo importante es que me guste, que esté dando lo mejor que puedo dar.

Un abrazo,
Ale.

Lola Mariné dijo...

Bien por ti, Alejandro.
Lo que no se intenta no se consigue.
Yo me planteé ir por las playas vendiendo mis libros, pero he tenido suerte y no ha sido necesario. De todas formas tiene un algo de romántico que me encanta, y tus preguntas son muy interesantes.
Yo creo que la gente va a la libreria sabiendo lo que va a buscar, en la calle, como bien dices, la gente está relajada y se lo pones facil; además está aquello de hacer el buen acto del dia, y que si eres medio persuasivo no saben como decir que no.
Saludos.

Alejandro Laurenza dijo...

Gracias por pasar, Lola! Sí, la verdad es que es muy lindo vender en las plazas. Se siente la libertad de estar haciendo lo que uno quiere.

Un saludo,
Alejandro.

Martikka dijo...

Qué buena entrada...Daría para escribir un relato: "El chico que vendía poemas en la Plaza"
Me alegro de que consiguieras vender ejemplares; seguro que los compradores estarán encantados!!

No hay que rendirse."¡No dormiré en el altar que se levanta
donde el cielo decide resignarse!" (Ciertas y bellas palabras. Me has iluminado.)

Alejandro Laurenza dijo...

Gracias, Martikka! Me alegro mucho de que mis palabras te inspiren también a vos, :-).

Un abrazo,
Ale.

Anónimo dijo...

Todos queremos vivir de lo que escribimos, ¿no? es uno de nuestros mayores anhelos. Mientras tanto, escribimos, que es la otra pasión que nos llena.

Abrazo

Alejandro Laurenza dijo...

Claro, Horacio, de eso se trata. Sin embargo creo que para vivir de lo que escribimos hay que dar dos pasos fundamentales: el primero, asumir que eso es lo que queremos (asumirlo internamente, digo), y el segundo, intentarlo con la seguridad (con la supuesta seguridad) de que podremos conseguirlo.

Un abrazo,
Alejandro.