Si bien mi fuerte es ofrecer libros a la gente, mayormente en negocios, de vez en cuando en paradas de colectivos o estaciones de tren, o incluso mientras charlan o caminan por la calle, intento sumar al mismo tiempo puntos de venta que me apoyen en la tarea.
Librerías y Kioscos de Diarios se van incorporando poco a poco. Deben estar dispuestos a comprarme una pequeña cantidad de ejemplares con descuento (no a tomarlos en consignación sino a pagarlos en firme), para ofrecerlos luego a sus clientes.
No es sencillo por razones obvias. Un producto sin marketing (libro, remera, pantalón de jean o cucharita de té) tiene que ser mostrado concienzudamente a quienes desconocen su existencia. Osea que el vendedor intermediario asume un trabajo extra y también un riesgo.
Pero quienes somos tercos, cabezaduras, o como quieran llamarnos, elegimos olvidar estas dificultades, o usarlas como motivación, poniéndonos sucesivas metas que, suerte y esfuerzo mediante, tendremos el gusto de superar, para establecer entonces las nuevas.
Así se cumplieron los cien primeros lugares en que se encontraban mis libros, ¡y llegamos ahora a los doscientos!