viernes, 20 de septiembre de 2019

Encuentros (XXVII)

Cosas que pasan en la calle, en relación a los libros.

XXVII

Una vez, hace muchos años, cuando recién empezaba a vender libros a tiempo completo, llegué a un barrio chiquito y lindo, donde la gente me recibió tan bien que me quedó guardado en la memoria. Un barrio escondido en un triangulito, en los alrededores de la avenida Márquez y Ruta 8, en el partido de San Martín, al que siempre quise volver pero nunca pude: no por haberlo dejado de intentar, sino porque se me fue negando, escurridizo, en cada oportunidad que lo busqué.

Hoy el azar puso fin al misterio.

Y por si fuera poco, a la alegría del reencuentro se le sumó una más: conocer a un pequeño lector de aquella época, ya crecido, que apenas hubo visto la tapa de Toba, dijo: ese libro lo leí.

Charlamos un rato con el pequeño lector, que ya no es pequeño, y me compró ahora uno de poesía, acorde a su edad adulta, aunque quizá me pida en el futuro otros de Toba y Fuz, que en su momento se le negaron, escurridizos.

sábado, 14 de septiembre de 2019

Textos variados

Rescato algunos textos variados, que publiqué antes en otras redes.

I

Al Estado le pido (gobierne quien gobierne) que tenga el foco puesto en la economía real, en el mercado interno, en las pymes, en el trabajo; y que no se olvide de los más desprotegidos (aunque en ellos recaiga también la responsabilidad de fortalecerse, de dejar de depender).

Si el Estado no sabe hacer estas cosas, lo que puedan decir sus voceros son excusas, a mi parecer, distracciones tontas e irrelevantes.


II

Juego al solitario, mantengo esa rutina en el celu. Solo tres partidos. Con menos, no llego a distenderme. Si juego más, empiezo a reconocer los signos de la adicción a la pantalla inútil. Mejor mantenerme a raya.

Juego. Mi estilo es no aceptar jamás la derrota. A menos que ella se me imponga, indefectible, y eche por tierra cada manotazo de mi vanidad ahogada.

Juego. Como la mayoría de las tareas que me decido a emprender. El desafío, claro está, es no pecar de necio, no permanecer, derrotado e incólume, frente al mazo que se dispone a entregar las mismas cartas una y otra vez.

Juego. Creo que me toca aceptar el fin, lo verbalizo: ya perdí, me digo. Pero doy antes una última mirada de resistencia, y algo que no esperaba se ilumina, una jugada (quizá tonta) que no supe distinguir en su momento. La hago. A partir de entonces todo fluye: hasta ganar la partida.


III

Vos podés hacer lo que quieras, nadie te tiene que condicionar ni obligar a nada, lo que no vale es quejarte sin actuar, la queja es un gasto de energía inútil.

(Hablando con mi nena de 7 años, a propósito de una publicidad, de esas que aprovechan la volada para venderte alguna chuchería).


IV

Trabajar en oficina tiene sus ventajas, no lo voy a negar. Está calentito en invierno, fresco en verano, no te mojás con la lluvia, podés tomar unos mates o un té cuando te da la gana, tenés el baño cerca; sólo por nombrar algunas. Comodidades de las que disfruté desde 1997 hasta el último día del año 2010, momento en que decidí intentar un cambio laboral rotundo.

Pero la calle es mi ámbito, el lugar donde sigo queriendo estar (al menos una parte del día). El sol, el aire, los árboles que salpican la ciudad, los pájaros, el cielo limpio o cargado de nubes, la sensación (tal vez ilusoria) de hallarme un poco más en contacto con la vida.

Todavía hoy me quedo con la calle. Mañana veremos.