domingo, 23 de agosto de 2009

El libro de los abrazos

Eduardo Galeano es un escritor que, sin ser poeta, nos inunda de poesía con sus palabras. Nos sorprende y nos abre los ojos, y nos deja grabadas sus historias, sus relatos, sus crónicas, a fuerza de contarlas de una manera sencilla y conmovedora. Siempre hay un trasfondo en lo que dice. La realidad con él nos llega como un puñal desnudo e irrevocable.

En lo que a mí respecta, fui leyendo varios de sus libros (aunque aún me queda mucho por leer), siendo El libro de los abrazos el que me marcó más profundamente. Lo recorrí desde el principio hasta el fin en más de una ocasión, y hoy lo tengo en la biblioteca y lo busco de vez en cuando, y no deja de asombrarme cuando lo leo, abriéndolo al azar como si de poemas se tratara.

Si alguna vez quisieran regalar un libro, y no estuvieran muy seguros de cuál podría ser, les recomiendo que lo tengan en cuenta, porque es un libro disfrute, un libro sueños, pero fundamentalmente es un libro aprendizaje, y eso es lo maravilloso.

Leamos juntos ahora algunas de las breves historias que lo conforman:


La función del arte


Diego no conocía la mar. El padre, Santiago Kovadloff, lo llevó a descubrirla. Viajaron al sur. Ella, la mar, estaba más allá de los altos médanos, esperando.

Cuando el niño y su padre alcanzaron por fin aquellas cumbres de arena, después de mucho caminar, la mar estalló ante sus ojos. Y fue tanta la inmensidad de la mar, y tanto su fulgor, que el niño se quedó mudo de hermosura.

Y cuando por fin consiguió hablar, temblando, tartamudeando, pidió a su padre: –¡Ayúdame a mirar!


Eduardo Galeano
de “El libro de los abrazos”


El miedo


Una mañana, nos regalaron un conejo de Indias. Llegó a casa enjaulado. Al mediodía, le abrí la puerta de la jaula.

Volví a casa al anochecer y lo encontré tal como lo había dejado: jaula adentro, pegado a los barrotes, temblando del susto de la libertad.


Eduardo Galeano
de “El libro de los abrazos”


El Estado en América Latina


Hace ya unos años, añares, que el coronel Amen me lo contó.

Resulta que a un soldado le llegó la orden de cambiar de cuartel. Por un año lo mandaron a otro destino, en algún cuartel de frontera, porque el Superior Gobierno del Uruguay había contraído una de sus periódicas fiebres de guerra al contrabando.

Al irse, el soldado le dejó su mujer y otras pertenencias al mejor amigo, para que se las tuviera en custodia.

Al año, volvió. Y se encontró con que el mejor amigo, también soldado, no le quería entregar la mujer. No había problema en devolver las demás cosas; pero la mujer, no. El litigio iba a resolverse mediante el veredicto del cuchillo, en duelo criollo, cuando el coronel Amen paró la mano:

–Que se expliquen –exigió.
–Esa mujer es mía –dijo el ausentado.
–¿De él? Habrá sido. Pero ya no es –dijo el otro.
–Razones –dijo el coronel.
Y el usurpador razonó:
–Pero coronel, ¿cómo se la voy a devolver? ¡Con lo que ha sufrido la pobre! Si viera coronel cómo la trataba ese animal... la trataba, coronel... ¡como si fuera del Estado!


Eduardo Galeano
de “El libro de los abrazos”

lunes, 17 de agosto de 2009

Salir a las calles

Una vez publicado Silencios de un Mundo, mi primer libro de poesía, decidí que algo debía hacer, aunque no supiera qué. Quería venderlo de alguna manera, pero sin poner en compromiso a mis familiares y amigos.

Pensé entonces en hacer presentaciones, cosa que descarté rápidamente: me daba pavor hablar en público, y aún hoy me sigue dando (vamos a ver si alguna vez me quito el miedo, y aprendo a hacerlo). Cuanto mucho podía leer uno o dos poemas a micrófono abierto, pero no más que eso. Tenía que buscar por otro lado.

Acudí luego, inocentemente, a las cadenas de librerías, pero pronto aprendí que la poesía no es negocio, y mucho menos la poesía de un autor desconocido (más allá de la calidad literaria, o no, del desconocido en cuestión). Sí conseguí que aceptaran mi libro, consignado, en unas pocas librerías de barrio, incluyendo aquella en la que trabajaba un muy buen amigo. Entonces supe por qué la poesía no es negocio: simplemente porque no se vende o, lo que es lo mismo, porque la gente no la compra.

En este punto podríamos preguntarnos: ¿qué es lo que sucede? ¿Por qué la poesía tiene tan pocos amantes? O si los tiene, ¿por qué éstos no buscan nuevos autores? Claro, podríamos preguntarnos, pero a mí no me entusiasma quedarme sólo con las preguntas. Sé que quiero vivir de lo que más me gusta en la vida, que es escribir, y hacia allá voy, con preguntas o sin ellas.

Entonces decidí salir a las calles. Pronto. Sin detenerme a pensar en lo que hacía. Aparecí una tarde, después del trabajo, en la plaza San Martín, con mi mochila llena de libros, con el paso inseguro y con la ilusión asomando apenas, dudando entre quedarse o dejarme solo.

Podía pasar cualquier cosa. Podían comprarme algunos libros, o podían pedirme incluso que dejara de molestar con mis estúpidos poemas (con el tiempo descubriría que en la calle todo eso ocurre, y también más). Pero lo que ya no podía pasar era que me encontrara un día solo en una habitación o donde fuera, enojado conmigo mismo, decepcionado, por no haberme animado a intentarlo.

Luego de serenar los latidos del corazón, que parecía desbocado ante la presencia de lo nuevo, comencé a saludar tímidamente a quienes descansaban en algún banco, ofreciéndoles mi libro, o a quienes estaban sentados en el césped, o sobre las raíces de algunos de esos árboles añosos, que contribuyen a hacer tan especial a la plaza San Martín.

Para mi sorpresa, hubo varias personas que me compraron. No recuerdo ahora cuántas, pero seguramente más de lo que yo esperaba. Y eso me dio el impulso para seguir adelante, y para encontrarme todavía (con un receso de varios años en el medio, debido a facultad, trabajo, e indecisiones varias) vendiendo libros por plazas y parques de Buenos Aires. Cosa que disfruto muchísimo.

Aquí podríamos volver a las preguntas: ¿por qué en las librerías no, y en las calles sí? ¿El aire libre nos distiende y nos vuelve más sensibles y poéticos? ¿La presencia del autor luchando por lo que quiere nos conmueve de alguna forma? ¿O se trata sólo de hábitos de consumo: compramos aquello que nos resulta más fácil comprar, que nos llevan hasta las manos, y depositan de manera sencilla? Pero no importa el porqué, olvidemos como antes las preguntas.

Volviendo a las plazas y parques, luego de haber pasado por diferentes sitios, deambulo ahora más que nada por dos que son de mi preferencia, no sólo porque allí me compran bastante, sino además porque me hacen sentir estupendamente bien. El primer lugar es la ya nombrada y bendita plaza San Martín, en Retiro, que me vio empezar y aún hoy me sigue viendo (algo cansada, seguramente, de tanta caminata repetida), y el segundo es el parque Tres de Febrero, en Palermo, que me transporta a la infancia, con sus interminables y maravillosos bosques, y con sus lagos que, aunque artificiales, son también muy hermosos, sobre todo al atardecer.

Así que ya saben, quizá algún día, cuando menos prevenidos estén, nos crucemos por allí y terminen por comprarme un libro.

Para despedirme, quiero dejar un poema que escribí hace bastante tiempo, y que a veces recito (para mis adentros, claro) cuando me parece que las cosas se están haciendo esperar un poco más de lo que quisiera:


A pesar de todo


Aunque el mundo me diga que es inútil,
aunque el sol se esfume con tus ojos,
aunque rinda homenaje a lo imposible
y mi amor se canse de estar solo.

Aunque cuente mil ovejas en mis noches,
y mil noches se encarguen de soñarte,
aunque cubra mi alma de promesas
y ni una consiga consolarme.

Aunque toquen las campanas del olvido,
aunque llegue el invierno a mi morada,
aunque abrace la bandera del prejuicio
y esos dedos me obsequien su mirada.

Aunque pierda a cada paso una sonrisa
y el destino me clave sus puñales;
¡no dormiré en el altar que se levanta
donde el cielo decide resignarse!


Alejandro Laurenza
del libro “Libertad y otras yerbas”

sábado, 8 de agosto de 2009

Hecho en Buenos Aires


Yendo de lo literario a lo periodístico, hoy quiero hablar de la revista Hecho en Buenos Aires (HBA), cuyos artículos, siempre comprometidos con temas sociales de nuestra América Latina, suelen ser interesantes e independientes (cosa poco común en estos días). Uno puede coincidir o no con ellos, pero lo que seguramente ocurrirá es que se quedará pensando (cosa también poco común).

Sin embargo, el valor fundamental de la revista es que está dedicada a ayudar a la gente que vive en la calle. ¿De qué manera?, nos preguntaremos. ¿Dando asistencia, comida, techo? Y la respuesta es sí, dando todo eso, pero dándolo de la mejor forma, es decir brindando trabajo a quienes habitualmente se hallan excluidos del sistema (palabra insensible, si las hay), para que luego ellos mismos puedan procurarse lo que necesitan. Y el objetivo último es, por supuesto, que consigan abandonar las calles, reinsertándose en una sociedad difícil, y volviéndose a sentir parte de ella.

¿Alguna vez se preguntaron cómo hace una persona de la calle para conseguir trabajo? Muy sencillo, podremos decir desde la comodidad de nuestro hogar, comprando el diario y saliendo a buscar, sólo eso. Pero bueno, es fácil asegurarlo cuando todo está resuelto.

Ahora bien, ¿qué sucede cuando no tenemos el dinero para comprar el diario, ni pudimos comer o dormir de una manera decente, ni cortarnos el pelo, ni afeitarnos, y ni siquiera pudimos darnos una ducha o lavarnos la ropa, muchas veces demasiado gastada para seguir usándola? ¿Cómo creen ustedes, suponiendo que llegamos hasta donde necesitan a alguien para trabajar, que recibirán a quien no tiene un domicilio de referencia? En fin, de seguro será bastante más arduo de lo que podemos suponer en primera instancia.

Como decía al inicio, HBA está dedicada justamente a ellos, a quienes se encuentran excluidos. Les da eso que parece imposible: un trabajo a través del cual dignificarse, y sentirse útiles. Su tarea consiste es vender la revista, de manera responsable y siempre respetuosa, sin pedir al que la compra más de lo que la revista vale.

Tengo entendido que las primeras (no sé cuántas) se las dan para que puedan comenzar, y que luego deben comprar las siguientes, para así venderlas y volver a comprar. De los $3 que hoy cuesta HBA, $2,10 son para el vendedor (porcentaje nada despreciable), quien recibe además una credencial que lo identifica, y que debe tener siempre visible.

En definitiva, les recomiendo sinceramente que compren la revista, tanto si desean leer algo interesante, donde suele haber, entre otras cosas, entrevistas a personajes conocidos, pensantes y sensibles (que con conocidos no alcanza), como si quieren ayudar a superar la situación de calle a la persona misma que se las está vendiendo.

Transcribo ahora lo que HBA dice con motivo de sus nueve años recién cumplidos:



Hecho en Bs. As. lanzó un medio a las calles de la ciudad en junio de 2000 como una revista dedicada a ofrecer una inserción laboral a personas en situación de calle y sin trabajo. Nuestra primera edición llevaba el título en tapa “Andá a laburar”, como una manera de burlar a un sistema que aseguraba que la gente sin trabajo y en situación de calle no trabajaba porque no quería. Es que no había laburo. Y la realidad social se perfilaba como algo mucho más complejo de lo que podía imaginarse. Pocos creían que esta revista funcionaría. A nueve años de nuestro lanzamiento, el proyecto de Hecho en Bs. As. cooperó con la integración y la inclusión de más de 2500 personas. En estos años, nuestros vendedores vendieron más de 1.900.112 ejemplares. Y sin poner culos en la tapa. Hasta la victoria Hecho.


Hecho en Bs. As. es periodismo, arte y cultura para el cambio social.
info@hechoenbsas.com
www.hechoenbsas.com

domingo, 2 de agosto de 2009

Silencios de un Mundo


Silencios de un Mundo, mi primer libro de poesía, publicado de manera independiente (edición de autor) en 1999, fue un aprendizaje en muchos sentidos para mí. El primero de ellos, y el más importante, es que uno no debe publicar todo lo que escribe. Parece tan obvio, tan fácil de saber, pero no lo era tanto para aquel chiquillo de poco más de veinte años, que se enamoraba de todo lo que hacía.

Como alguna vez le escuché decir al querido Mario Benedetti en un reportaje, el hacha debe estar siempre lista, tanto para recortar como para eliminar por completo lo que no tiene caso. Dicen que es conveniente escribir y dejar en reposo, y tiempo más tarde volver a leer de una manera distinta, con otros ojos, como si no fuéramos nosotros los que alguna vez escribimos. Si a pesar de todo nos gusta, entonces vamos bien, pero si no nos gusta, o al menos tenemos dudas, entonces lo dejamos afuera, y si te he visto no me acuerdo. Es preferible sufrir a tiempo que a destiempo.

De todas maneras, y para hacer honor a la verdad, debo decir que, además de lo que ya en aquella época debería haber dejado afuera por falta de convicción, hay escritos en Silencios de un Mundo que antes me parecían sinceramente buenos y que ahora no. Quizá debido a diferentes edades que uno tiene, y a un crecimiento en el medio que nos hace ver las cosas desde otro lugar. Lo cual también es aprendizaje.

Pero para que no todo sea reproche (pobre Silencios, va a terminar sintiéndose mal), vamos nombrar también algunos poemas que aún me siguen gustando. En la pequeña lista de invitados, tendrán lugar los ya revelados en entradas anteriores Eterna soledad y El Arte, como así también Bella mujer, Creencias, Adiós, Una noche que ha muerto, Tu rostro, Muriendo de amor, Simbiosis, Laberintos con salida, Fotografías de una infancia, Mandamientos de la felicidad, ¿Hasta cuándo?, Inevitablemente, Preguntas al amor y Un puñado de penas. Y hasta ahí llegamos. Creo que es esto más o menos lo rescatable, lo que podría ser incluido alguna vez en una sencilla antología, y que seguramente iré publicando en este Blog.

Ahora bien, este pecado de juventud (parafraseando a Marcos Agüinis al referirse a su primer libro), además de haberme ayudado a asumirme como persona que escribe (lo cual fue algo muy importante para mí, ya que me permitió iniciar un camino nuevo con una libertad también nueva), me obligó a aprender al mismo tiempo, de manera indirecta, cuestiones fundamentales, como registros literarios, formas de publicar, algo de diseño gráfico (lo mínimo e indispensable) y, por supuesto, qué hacer con ese libro ahora que lo tengo en casa.

Además me ayudó a abrir los ojos, a darme cuenta de que el libro impreso era algo hermoso, pero que hasta ahí llegaba, que era sólo el inicio de un trabajo infinitamente más grande y difícil, y también hermoso.

Quiero decir para terminar que, a pesar de la dureza con que ahora lo trato, este libro soy yo. Es lo que yo era, y es lo que lo que de alguna forma sigo siendo.

Dejo a continuación el texto de contratapa:


Nací el 25 de abril de un año bastante agitado, entre los preparativos de un mundial que estaba destinado a pertenecernos. Las primeras lágrimas que le obsequié al mundo coincidieron con las de tantos otros, que el mundo y algún que otro interrogatorio les aconsejaron ofrendar. Mis años de inocencia fueron tan inocentes como deberían serlos los de todos los niños: con esa maravillosa ausencia de las cosas que duelen, y que tanto tiempo tendremos para cobijarlas.
Mis escasos pasos por la vida me mostraron la inevitable relación entre el esfuerzo y la felicidad, y la inexistencia de lo perfecto (doy gracias al cielo por ello). Ahora, mientras intento dejar de ser un inquieto hilo de luz, y busco la salida de este interminable laberinto, me acerco ustedes con mi modesta cronología.


Alejandro Laurenza
del libro "Silencios de un Mundo"