Hay días en que sentimos que todo es posible, que sólo basta con proponérselo, que si trabajamos duro, sucederá. Sin embargo, hay también otros días: diferentes, densos, cubiertos de nubes grises que nos asfixian, y en los que es mejor no pensar, ni mucho menos tomar decisiones.
Y así como los días van y vienen, también va y viene el respeto por lo que escribimos: unas veces un poema, o un relato, o una página en la novela que nos mantiene cautivos, nos resulta fascinante, y otras veces nos parece que no tiene remedio, que mejor tirarlo y dedicarse a otra cosa. Pero, claro, no será lo uno ni lo otro.
Se trata de mantenerse un poco en el cielo y un poco en la tierra, sin volar ni arrastrarse demasiado, pegando saltitos, quizá, que nos llenen de aire fresco, y nos hagan sentir vivos. Y si, entre saltito y saltito, contamos con una mano que nos apoye y nos ayude, generosa, a tomar impulso, mucho mejor.
A esa mano le dedico el poema que sigue.
Estás a mi lado
Estás a mi lado mientras busco,
mientras ando a tientas,
mientras creo vislumbrar
mi espacio en este mundo,
estás a mi lado
cuando sigo y persigo
un sueño inalcanzable,
y me detengo a veces
sin saber qué hacer,
y siento que todo es en vano,
y que quizá
sea mejor renunciar
para continuar transitando
las calles de siempre;
pero te miro
y estás a mi lado
dándome fuerzas,
y me doy cuenta de que nada es vano
aunque parezca absurdo,
de que debo luchar
aunque suene a fracaso,
porque sólo será fracaso
si no lo intento,
si me paralizo,
si me quedo quieto en esta vida;
entonces me levanto,
me sacudo el polvo,
comienzo nuevamente
y te digo gracias
por estar a mi lado.
Alejandro Laurenza