sábado, 17 de julio de 2010

París era una fiesta

Veamos qué dice Hemingway en su novela París era una fiesta.

Era una maravilla bajar los largos tramos de escaleras y tener conciencia de que el trabajo se me había dado bien. Cada día seguía trabajando hasta que una cosa tomaba forma, y siempre me interrumpía cuando veía claro que tenía que seguir. Así estaba seguro de continuar al día siguiente. Pero a veces, cuando empezaba un cuento, y no había modo de que arrancara, me sentaba ante la chimenea y apretaba una monda de mandarina y caían gotas en la llama y yo observaba el chisporroteo azulado. De pie, miraba los tejados de París y pensaba: “No te preocupes. Hasta ahora has escrito y seguirás escribiendo. Lo único que tienes que hacer es escribir una frase verídica. Escribe una frase tan verídica como sepas.” De modo que al cabo escribía una frase verídica, y a partir de allí seguía adelante. Entonces se me daba fácil porque siempre había una frase verídica que yo sabía o había observado o había oído decir. En cuanto me ponía a escribir como un estilista, o como uno que presenta o exhibe, resultaba que aquella labor de filacterio y de voluta sobraba, y era mejor cortar y poner la primera sencilla frase indicativa verídica que hubiera escrito. En aquel cuarto tomé la decisión de escribir un cuento sobre cada cosa que me fuera familiar. Tenía esa intención presente siempre que escribía, y me daba una disciplina buena y severa.

Ernest Hemingway
fragmento del libro “París era una fiesta”

sábado, 3 de julio de 2010

La novela según Camus

Mi forma de leer (supongo que como la de la mayoría) suele ser azarosa. Rara vez llego a una librería sabiendo lo que quiero comprar.

Todo el tiempo estoy buscando libros. Si camino por la calle, no puedo dejar de mirar los que se exhiben en un negocio, en un kiosco de diarios, o hasta en una mantita extendida sobre el suelo. Y en un momento dado, por motivos que no alcanzo a comprender, uno de ellos me pide que lo alce, y lo lleve conmigo. Entonces, obediente a la intuición, le hago caso sin mediar palabra.

Poco influyen las recomendaciones en mí. Sabiendo de antemano la subjetividad inevitable a la hora de leer, la diferencia abismal que existe en la apreciación de un libro entre una persona y otra (o de una canción, o de una película), me cuesta dejarme conducir, a ojos cerrados, en este laberinto interminable.

Aunque debo reconocer que la repetición en distintas voces sabe hacer efecto. Las posibles lecturas se guardan, a veces, en el fondo de la memoria, para volverse realidad un día.

Sin embargo, hay un tipo de recomendación que escapa a toda duda, que me obliga a serle fiel, y habitualmente me deja satisfecho. Se trata de la que nace en los escritores que admiro. ¿Cómo no buscar entre las obras que conmueven a quienes consiguen conmoverme a su vez? ¿Cómo no creer que algo válido encontraré en ellas?

Y en esa cadena que se va forjando, existe un eslabón primordial llamado Ernesto Sábato. Con él vinieron luego tantos eslabones, y tantos otros quedan aún por venir. Con él llegó un día Camus, el filósofo y novelista francés, nacido en Argelia, que no siempre alcanzo a comprender del todo (seamos sinceros), pero que más de una vez me deslumbra, y me deja con la boca abierta.

“No basta con vivir; es necesario un destino, y sin esperar a la muerte. Por lo tanto, es justo decir que el hombre tiene idea de un mundo mejor que éste. Pero mejor no quiere decir entonces diferente; quiere decir unificado. Esta fiebre que levanta al corazón por encima de un mundo disperso, del que, no obstante, no puede desprenderse, es la fiebre de la unidad. No va a parar a una evasión mediocre, sino a la reclamación más obstinada. Religión o crimen, todo esfuerzo humano obedece, finalmente, a ese deseo irrazonable y pretende dar a la vida la forma que no tiene. El mismo movimiento que puede llevar a la adoración del cielo o a la destrucción del hombre lleva también a la creación novelesca, que recibe entonces su seriedad.

¿Qué es, en efecto, la novela sino ese universo en que la acción encuentra su forma, se pronuncian las palabras finales, los seres se entregan a los seres y toda la vida toma el rostro del destino? (Aunque la novela no diga sino la nostalgia, la desesperación, la inconclusión, crea, no obstante, la forma y la salvación. Nombrar la desesperación es superarla. La literatura desesperada es una contradicción en los términos.). El mundo novelesco no es sino la corrección de este mundo. El sufrimiento, la mentira y el amor son los mismos. Los protagonistas hablan nuestro idioma y poseen nuestras debilidades y nuestras fuerzas. Pero ellos, por lo menos, corren hasta el final de su destino, y nunca hay protagonistas tan trastornadores como los que van hasta el extremo de su pasión.”

Albert Camus
fragmento de “Novela y Rebelión”
del libro “El hombre rebelde”