Salvando las distancias con la realidad de nuestro país (y con la realidad actual de Chile, ya que este libro fue escrito aproximadamente en 2002), creo que es interesante no olvidar las cosas que están resaltadas.
Las cifras de crecimiento económico, que aplaudía el Wall Street Journal, no significaban desarrollo, ya que el diez por ciento de la población poseía la mitad de la riqueza y había personas que ganaban más de lo que el Estado gastaba en todos sus servicios sociales. Según el Banco Mundial, Chile es uno de los países con peor distribución del ingreso, lado a lado con Kenia y Zimbabue. El gerente de una corporación chilena gana lo mismo o más que su equivalente en Estados Unidos, mientras que un obrero chileno gana aproximadamente quince veces menos que uno norteamericano. Aún hoy, al cabo de más de una década de democracia, la desigualdad económica es pavorosa, porque el modelo económico no ha cambiado. Los tres presidentes que han sucedido a Pinochet han estado atados de manos, porque la derecha controla la economía, el Congreso y la prensa. Sin embargo, Chile se ha propuesto convertirse en un país desarrollado en el plazo de una década, lo cual es muy posible, siempre que se distribuya la riqueza en forma más equilibrada.
Isabel Allende
fragmento de “Pólvora y sangre”
del libro “Mi país inventado”