2020, el
año de la pandemia, dio cierre a mi primera década abocado por completo a la
literatura. A la fuerza fue distinto, como para la mayoría de las personas que
habitan este mundo. Suena raro decirlo así: queríamos globalización, acá
tenemos. Sin casi distinguir países ni clases sociales.
Pero
volviendo a este rinconcito de la tierra, a este teclado, a estos dedos que lo pulsan,
enero y febrero transcurrieron como todos: escribí, pensé en publicar nuevos
libros en el cortísimo plazo (ja, iluso de mí), salí a vender por las calles
del AMBA (ahora muchos más saben lo que es el AMBA, o sea CABA y Gran Buenos
Aires, la ciudad enterita que no se corta en la General Paz), me tomé unos días
de vacaciones, reanudé actividades.
Y ahí nomás
estaba marzo, esperando para hacer palpable una realidad que parecía lejana,
imposible, que hasta ahora veíamos extrañados por televisión.
En lo
particular me adapté como pude. Supimos sobrevivir como familia: amorosa y
económicamente, por supuesto. Estas cosas te ponen a prueba en serio: o venís
bien o no venís, ya no queda lugar para disfrazar la vida con superficialidades.
Y nosotros por suerte, por elección, por querernos, veníamos bien y así
seguimos.
En lo que
atañe a mi profesión (por llamarlo de alguna manera), al juego que decido jugar
entre la multitud de juegos disponibles, hice varias cosas a medida que los
meses se estiraban: digitalicé todos mis libros y los subí a Amazon, escribí
uno nuevo para chicos, de título El tesoro de Camilo (si 2021 resulta ser más
amable, seguramente lo publique), reedité en digital el poemario Libertad y
otras yerbas, y quedó listo para regresarlo en algún momento al formato papel,
aprendí a vender un poco por las redes sociales, despaché algunos libros por
correo, me vinieron a buscar otros (qué gratificante, de verdad, que alguien se
movilice, en general quien ya te leyó, para tener un libro tuyo).
Y así fue
pasando un año decididamente distinto, entre las clases de los nenes en casa,
las nuevas rutinas, el zoom, la tarea estricta y los horarios, para que ni
ellos ni nosotros nos achanchásemos. Así fuimos transcurriendo, hasta brindar
anoche por un horizonte mejor, donde los proyectos se encarrilen, y los abrazos,
y las risas sin barbijo.
Por un 2021
vacunados y relativamente libres de andar, de hacer, de volver, como nos venga
en gana. ¡Salud!