Termino el año algo cansado pero satisfecho. Se cumple el primer aniversario desde que decidiera dedicarme en exclusiva a mis libros. Las cosas han ido bastante bien.
Claro que tuve que enfrentarme a los vaivenes típicos del cambio, a la inseguridad de estar moviéndome en arenas desconocidas, impredecibles. Debí superar los bajones anímicos, naturales en estos vuelcos rotundos; lo que me hizo salir al fin fortalecido.
En contrapartida, obtuve el éxtasis de los buenos resultados, poco más que duplicando mis objetivos iniciales de venta. Seguiré trabajando entonces en el mismo sentido.
Nació mi hija: de las contadas cosas que sí estaban en los planes. La decisión de concebirla apuró también el cambio de labores. Sabía que luego sería más difícil, se sumaría un miedo fundamental a la hora de tomar riesgos.
Publiqué un nuevo libro de poesía, y lancé la tercera edición del infantil. Nos encontramos preparando ahora, junto a la dibujante, el segundo volumen de este último, que se estrenará probablemente entre los meses de enero o febrero próximos.
Intenté publicar mi novela para adultos por las vías tradicionales de edición. Firmé contrato para ello con una agente de Estados Unidos, hace algo más de siete meses. A esta altura supongo que las posibilidades son escasas, casi nulas diría. Pero no importa. De una manera u otra hallará su lugar.
En fin, fue un año de trabajo, de ir hacia delante sin saber lo que vendría (como casi siempre sucede, aunque creamos saberlo). Traté de no enroscarme, a veces con más éxito y otras veces con menos.
Creo haber crecido, sin necesidad de fosilizarme. De eso se trata, ¿no?
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viernes, 30 de diciembre de 2011
domingo, 25 de diciembre de 2011
En la distancia
Encontrándome en Chile, a fines de 2009, por motivos de mis actividades de sistemas (esas mismas que abandoné, al menos provisoriamente, a principios de este año), compuse el poema En la distancia, que luego formaría parte del libro Soy Culpable.
En la distancia
Se agita levemente
una pequeña rama
en el cantero aquel,
(la tarde fue de lluvia),
las últimas gotas
se escurren por el vidrio,
perezosas,
(el cielo está escondido todavía),
quizá mañana asome el sol
y las montañas nevadas
surjan tras las nubes,
(pasan los autos a lo lejos),
y tal vez salga a caminar
y piense, amor,
¿por qué no estás conmigo?,
(flota una música en el aire),
y ande las tierras de Neruda
y sea feliz
por un momento,
(va cayendo la noche poco a poco),
y recorra su Isla Negra
y quede embelesado
como un niño,
(los últimos colores ya se apagan),
y permanezca frente al mar
con los brazos abiertos
esperando que vengas,
(ahora todo es silencio),
mientras el viento
me golpee con fuerza
y me haga sentir vivo,
(quedo solo en la penumbra),
y vuelva a interrogarme
y a decir, amor,
¿por qué no estás conmigo?
Alejandro Laurenza
del libro Soy Culpable
miércoles, 14 de diciembre de 2011
El médico
Uno lee. Pasa horas leyendo. Termina un libro y comienza otro. Y hasta se atreve por momentos a dejar transcurrir dos o más simultánemente, como algo natural, como un contrapunto buscado entre historias densas quizá, problemáticas, profundamente existenciales, y otras que fluyen de manera simple, y que a la vez hacen fluir.
Y al alcanzar una última página, una última línea de un último párrafo, uno consigue sentirse más o menos satisfecho; contrastando así el acierto, o no, de aquella intuición primera que lo llevó a abrir justamente ese libro y no otro.
Pero pocas veces (contadas diría yo) embarga, luego de esa última línea, una sensación plena de gratitud, de abandono, de haber tenido entre las manos una obra que justifica a tantas otras: por la que ha valido la pena la búsqueda.
Acaba de sucederme. Hace minutos di vuelta la página final, de las más de ochocientas que lo componen, de El médico de Noah Gordon. Se los recomiendo: tengo la obligación de hacerlo; de la misma manera que antes me lo recomendaron a mí.
No digo más. Dejo que hable su texto de contratapa.
Y al alcanzar una última página, una última línea de un último párrafo, uno consigue sentirse más o menos satisfecho; contrastando así el acierto, o no, de aquella intuición primera que lo llevó a abrir justamente ese libro y no otro.
Pero pocas veces (contadas diría yo) embarga, luego de esa última línea, una sensación plena de gratitud, de abandono, de haber tenido entre las manos una obra que justifica a tantas otras: por la que ha valido la pena la búsqueda.
Acaba de sucederme. Hace minutos di vuelta la página final, de las más de ochocientas que lo componen, de El médico de Noah Gordon. Se los recomiendo: tengo la obligación de hacerlo; de la misma manera que antes me lo recomendaron a mí.
No digo más. Dejo que hable su texto de contratapa.
Esta fascinante novela describe la pasión de un hombre del siglo XI por vencer la enfermedad y la muerte, aliviar el dolor de sus semejantes e impartir el don casi místico de sanar que le ha sido otorgado. Esa pasión le llevará desde la brutalidad y la ignorancia de la Inglaterra de su época a la sensual turbulencia y el esplendor de la remota Persia, donde conocerá al legendario maestro Avicena, que está experimentando con las primeras armas de la medicina moderna. Nueve siglos han transcurrido desde aquel entonces, pero el talento narrativo de Noah Gordon hace de este viaje iniciático una experiencia única que convierte la historia en vida real.
jueves, 8 de diciembre de 2011
México
La canción de Arjona que pongo abajo me recuerda porqué lo admiro (no sólo al artista, sino también al aventurero), a pesar de lo desparejo de su obra.
México (descargar mp3)
Mi madre me encomendó a la Virgen de Guadalupe,
tomé mi guitarra, mis cosas y me fui rumbo al norte,
crucé la aduana de Guatemala con más miedo que ganas.
Entré recogiendo las musas que dejaron tiradas
Chava Flores, José Alfredo y el mismo Agustín Lara,
y con los restos fui formando un quién diría
y una primera vez, y estaba solo
con un Jesús, verbo no sustantivo en la garganta.
Estaba en México, sin un centavo
me sentía un hombre de éxito,
México, México,
el destino me pintó el camino
que me trajo hasta aquí.
No sé si fueron los tequilas pero hablé con Negrete,
aquella noche en el Tenampa que acabó al otro día,
y en División del Norte tomé un taxi que después fue canción.
Estaba tan desesperado esperando su turno
con una ensarta de canciones el animal nocturno
y el miedo se convertía en respeto
por cantarles aquí, en la misma tierra
de Manzanero, la Beltrán y Pedro Vargas.
Estaba en México, sin un centavo
me sentía un hombre de éxito,
México, México,
el destino me pintó el camino
que me trajo hasta aquí.
Caminando en la Alameda, me platicaba una anciana,
Pedro Infante está vivo, pasa todas las mañanas,
y es que aquí lo que se ama nunca muere.
México,
sin un centavo me sentía un hombre de éxito,
México,
el destino me pintó el camino.
Ricardo Arjona
del disco “Si el norte fuera el sur”
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