sábado, 28 de septiembre de 2013

Encuentros (V)

Cosas que pasan en la calle, en relación a los libros.

V

—Laurenza —me recibió—, tanto tiempo. Te sigo por Facebook.

Pasaron unos dos años desde la última vez que estuve. Oficina de seguros en San Isidro. Aquella vez me compró El diario de Toba para el hermanito que vive en Misiones, de donde ella vino. Ahora se quedó con el segundo.

—A la gente le gustan tus libros —deslizó, y esa frase fue un descrubrimiento para mí. No es lo mismo recibir comentarios aislados, por aquí y por allá, que escuchar de pronto semejante declaración.

Me dejó pensando. No es orgullo lo que sentí o siento. Es cierta gratitud, como si después de dedicarme durante casi tres años a los libros, como única actividad laboral, me hubiera llegado al fin esa cuota de reconocimiento que anhelaba (que la mayoría de las personas anhela) para vivir en paz.

sábado, 21 de septiembre de 2013

El porvenir es una ilusión

Una historia de amistad y lealtades en los agitados años setenta. La militancia, los sueños, las posiciones extremas, los errores. La cacería de brujas.

Horacio Beascochea va, sin embargo, más allá. Nos cuenta con buena pluma, rebosante de nostalgia y poesía, las esperanzas de un pueblo de inmigrantes, enclavado en el medio de la llanura pampeana, supeditadas a los caprichos del ferrocarril, de la industria maderera y de la ciudad capital, que parece decretar su ocaso como un contrapunto previsible y certero.

El gato maulla a mi alrededor, en desacuerdo conmigo. Le rasco la cabeza y ronronea. Se echa a mis pies y se queda mirándome fijo. Me atrevo a leer en su mirada una solidaridad tácita, una tregua necesaria que deja las preguntas en el pasado y me sirve de sostén para comenzar de nuevo.

viernes, 13 de septiembre de 2013

Encuentros (IV)

Cosas que pasan en la calle, en relación a los libros.

IV

Una señora me para en la calle, en Ciudadela. ¿Cómo andan los libros?, pregunta. Yo la miro azorado. No consigo recordarla: ni antes ni después de la charla. Bien, respondo. Te compré dos, dice, en un almacencito al otro lado del Acceso Oeste. La novela la leí enseguida, continúa, me daba bronca cuando entraba gente porque tenía que dejarla, ahora estoy con el de poesía, también me está gustando.

Me alegró la mañana. Serían las nueve y empezaba a vender. No iba a resultar uno de esos días en que me quedo sin libros, y la mochila vuelve livianita, vacía. Pero nada de eso iba a importar. La cuota de felicidad diaria estaba cubierta.