No sé por qué, pero me gustan los números redondos. Cuando estoy en la víspera siento que algo va a pasar: deslumbrante, bueno, inesperado. Y aunque después no suceda (en rigor nunca sucede), vuelvo a aguardar con ansias la llegada del nuevo hito, del nuevo número redondo.
Esta vez son cinco mil. Bastante grato para un autor desconocido. Es cierto que no es lo mismo que los libros se vendan solos, que la gente diga voy a buscar este título porque me lo han recomendado, y que luego, en lo posible, a la vez lo recomiende. Sin embargo, la venta personal trae también satisfacciones.
Entre ellas se encuentra el hecho de cruzarme en algún sitio de la ciudad con una persona que hace años me compró un libro en un lugar diferente, y no sólo eso, sino que ahora me compre otro, dado que el primero le gustó. O quienes me van pidiendo más ejemplares por internet; incluso desde Brasil como sucedió hace poco, luego de haberse llevado uno de ellos en la plaza San Martín, durante una visita a Buenos Aires.
También está quien me dice ese libro lo vi en la casa de un familiar o de un amigo, y decide comprarme ahora uno distinto, o quizá no, pero aún así es agradable. O el que declara que será éste el primer libro de su casa, a lo que me animo a responder: espero que sea el primero de muchos otros.
En fin, pequeñas cosas que van ocurriendo y a uno lo hacen sentir bien.