sábado, 19 de febrero de 2011

Música en la calle

Si bien en la calle hay quienes, al igual que yo, ofrecen sus propios libros, es algo más habitual ver a otros artistas, como pintores y fotógrafos, exponer sus obras en un atril, por ejemplo en la peatonal Florida o en Caminito o en San Telmo, donde una infinidad de ojos nativos y extranjeros pueden apreciarlas a diario.

También despliegan su arte bailarines (en especial tangueros por estos lares, aprovechando el turismo) y músicos de todo tipo, que pueden recorrer algunas canciones de su autoría, u otras ajenas y ya insignes, sin escatimar en la elección de géneros, ni de épocas: quizá lo más parecido a la libertad a lo que un músico pueda aspirar.

Entiendo que en este último caso, tocar en la calle obedece a una doble misión: dar a conocer lo que hacen (y quienes ellos mismos son) recibiendo de seguro algún dinero a la gorra, y captar el interés de posibles contratadores, como dueños de bares en los que explayarse durante las noches. Claro que muchas veces en esos sitios nocturnos se pretende que la música se haga sólo por amor al arte, lo cual es muy loable (y suele cumplirse), pero resulta que la barriga del artista a tiempo completo, sigue manteniendo la vieja costumbre de querer recibir alimentos.

Entre quienes dibujan su música al aire libre y en bares, se cuenta Karina Recchimuzzi, a la que conocí un día de civil en la plaza San Martín, mientras yo le mostraba mis libros, y ella luchaba para que no se le escapara el perro; y tuve luego la oportunidad de escuchar por la web, y quedé prendado de su voz.

Dejo ahora la prueba de lo que digo.

lunes, 7 de febrero de 2011

Puerto sin destino

Hace años, mientras buscaba el amor, escribí este poema.

Puerto sin destino


El rompecabezas
se empeña en romper corazones.
Hasta el más novato
consigue vislumbrar
la esencia de su despiadado juego.

Tantas son sus piezas
que cuando encontramos aquella
que nos hace soñar despiertos,
descubrimos
que sus sueños prefieren naufragar
en otras aguas.

Y, al mismo tiempo,
un velero sin conciencia
decide hundirse inútilmente
en las nuestras.


Alejandro Laurenza
del libro Libertad y otras yerbas