En la primera entrada de este blog, conté que
llegué a la poesía a través de Pablo Neruda, a quien sigo leyendo (a pesar de ya no ser el niño que era), con la misma imprevisión de aquellos días.
Como sabemos, Neruda anduvo por muchos sitios. Como diplomático de Chile, su país natal, tuvo la oportunidad de conocer el mundo, y por supuesto de vivir en él. Más tarde el exilio lo llevaría nuevamente a tomar múltiples residencias fuera de su país.
Así y todo, quedaron en Chile tres casas que lo representan, y que en la actualidad funcionan como museos:
La Chascona en Santiago,
La Sebastiana en Valparaíso, e
Isla Negra en la localidad del mismo nombre. Todas ellas tienen mucho del poeta, dado que participó activamente en su construcción, aunque la de Valparaíso la haya comprado a medio hacer.
Por motivos no literarios, la vida me llevó hace unos meses hasta Santiago de Chile, y, claro, no me lo podía perder. Anduve por Isla Negra, ese paraíso frente al océano pacífico, donde tantas veces Neruda habrá tomado la pluma, sentado en su escritorio con vista al mar, para escribir quién sabe cuántos poemas.
Una curiosidad. En su habitación, con ventanas al este y al oeste, la cama estaba orientada para que el sol ingresara por la cabecera al amanecer, y se fuera despidiendo, con sus colores anaranjados, por los pies durante la tarde, hasta sumergirse por completo en las aguas del mar.
Otro dato curioso. Neruda decía ser un marinero de tierra, porque, a pesar de su amor por el océano, era incapaz de navegar sin que el ir y venir de las olas lo mareara. Fue por eso que mandó construir e instalar un bote a un lado de su casa, un bote que nunca supo de remos ni de sal, desde donde luego burlaría tantas veces las propias limitaciones.
En fin, estas cosas nos recuerdan que la poesía no es sólo un poema, sino una forma de vivir. Dejemos ahora que el poeta siga hablando.
La noche en la isla
Toda la noche he dormido contigo
junto al mar, en la isla.
Salvaje y dulce eras entre el placer y el sueño,
entre el fuego y el agua.
Tal vez muy tarde
nuestros sueños se unieron
en lo alto o en el fondo,
arriba como ramas que un mismo viento mueve,
abajo como rojas raíces que se tocan.
Tal vez tu sueño
se separó del mío
y por el mar oscuro
me buscaba
como antes
cuando aún no existías,
cuando sin divisarte
navegué por tu lado,
y tus ojos buscaban
lo que ahora
—pan, vino, amor y cólera—
te doy a manos llenas
porque tú eres la copa
que esperaba los dones de mi vida.
He dormido contigo
toda la noche mientras
la oscura tierra gira
con vivos y con muertos,
y al despertar de pronto
en medio de la sombra
mi brazo rodeaba tu cintura.
Ni la noche, ni el sueño
pudieron separarnos.
He dormido contigo
y al despertar tu boca
salida de tu sueño
me dio el sabor de tierra,
de agua marina, de algas,
del fondo de tu vida,
y recibí tu beso
mojado por la aurora
como si me llegara
del mar que nos rodea.
Pablo Neruda
del libro “Los versos del capitán”