No nos conocíamos. Al menos no personalmente. Veníamos en contacto virtual desde hace muchos, muchos años, desde que me escribiera unos mensajes muy lindos y elaborados acerca de mis poemas, que aún conservo. Creo que llegó a ellos por mi blog, en el 2013, luego compró varios de mis libros de poesía en el negocio de mi hermano.
Más tarde (de eso me enteré hoy) estuvo charlando con una maestra (ya jubilada), que trabajaba en la misma escuela que ella, sobre El mago Pascualito, libro que leyeron los chicos en su curso de primer grado. Después se topó por casualidad en una librería con El diario de Toba, que también compró.
Hace un rato, doce años más tarde, por esas cuestiones del azar, tuvimos oportunidad de charlar por fin frente a frente, en una verdulería de Villa Bosch, mientras yo esperaba que la dueña del negocio se desocupara, con intención de contarle un poco acerca de lo que hago.
Ahora sí nos conocimos con Laura, quien sigue dando clases en aquella escuela (que alguna vez tuve oportunidad de visitar). Fue un gusto verla, cruzar con ella varias palabras. Eligió quedarse hoy con el libro del pingüino.
Y pensar que yo arranqué la mañana muy cansado, con bajísima energía, dudando entre ofrecer libros o volverme a casa y listo. Puedo decir, después de esto, que valió la pena el esfuerzo, la persistencia.
La ciudad te sorprende si le das lugar.