Hace muchísimo tiempo, en mis primeros años como laburante de sistemas, tuve un jefe indirecto que era un mal bicho. Digo indirecto porque tenía un cargo en la consultora en la que yo estaba, pero a nivel empresa (en ese momento Repsol YPF) yo no dependía de él. A él le correspondía otra área dentro del mismo sector. Aún así me tocaba sufrirlo, como a casi todos (aunque algunos también lo seguían con obsecuencia).
Me hinchaba para que no compartiera información, para que no me vinculara abiertamente con los compañeros de otras consultoras, para que desempeñara tareas que no se correspondían con lo que se esperaba de mí en la empresa y que de hecho iban en contra. Intentaba llevar algo así como una logia dentro de la organización.
Hasta que un dia decidí no darle más bola. Mirarlo a los ojos cuando hablaba y decirle entonces que no, que no lo haría; o no responderle y ya está. En fin, hacer lo que creía que debía, lo correcto.
Se desarrolló así, o por lo menos yo lo viví de esa manera, una batalla silenciosa. De no aceptación y de incomodidad.
En cuanto pude, me cambié de sector dentro de la empresa, ya fuera de su radio de acción. Allí continué desempeñándome sin problemas, y un día decidí irme a otra consultora, con la que trabajé en una multitud de empresas distintas, entre ellas otra vez YPF (ya no más Repsol).
Internamente tenía claro que con ese tipo no iba a trabajar más. De hecho, en un momento, unos cuantos años más tarde, parecía que íbamos a coincidir en cierto proyecto (de una empresa cuyo nombre no recuerdo). Pero expresé claramente que yo allí no iba a ir, con él no compartiría más un espacio de trabajo. Y así fue, así se acomodaron las cosas.
Después, bueno, me dediqué por entero a la literatura. Decidí tomar las riendas de mi vocación, ser más honesto conmigo mismo. Pero esa es otra historia.
Sin embargo, algo positivo me quedó de él, de aquel mal bicho: en los primeros tiempos, sabiendo de mi aficíón por la lectura, me prestó un libro, Drácula, de Bram Stoker. El cual me quedó en la memoria como de los mejores que he leído. A tal punto de que luego de devolvérselo, hice lo que algunas otras veces (con otros libros) repetí: comprármelo para tenerlo en mi biblioteca.
Y allí está ahora. Nuevito. Dos décadas después. Algo más, incluso. Tentándome para que me decida al fin a darle su primera y merecida lectura.
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