sábado, 12 de junio de 2010

El fútbol a sol y sombra

Como comenté hace tiempo, a pesar de vivir en un país futbolero, no tengo club de mis amores (carencia que asombra sobremanera a quien se le ocurriere preguntarme al respecto). Sin embargo, me vuelvo hincha cada vez que juega Argentina, y ni hablar si lo que se juega es un Mundial.

Habiéndose iniciado ya el de Sudáfrica 2010, quiero compartir algunos relatos del libro El fútbol a sol y sombra, de Eduardo Galeano. No sin intención, he buscado entre los que provienen de esta parte del mundo.

Como el título lo indica, podrán leer en sus páginas anécdotas de ternura, de coraje, de amor a la camiseta, pero también episodios oscuros que se generan alrededor del fútbol: negocios, poder, pérdida del juego por el juego mismo. En fin, el fútbol a sol y sombra, se los recomiendo.


El Fútbol Criollo

Fue un proceso imparable. Como el tango, el fútbol creció desde los suburbios... Lindo viaje había hecho el fútbol: había sido organizado en los colegios y universidades inglesas, y en América del Sur alegraba la vida de gente que nunca había pisado una escuela.

En las canchas de Buenos Aires y de Montevideo, nacía un estilo. Una manera propia de jugar al fútbol iba abriéndose paso, mientras una manera propia de bailar se afirmaba en los patios milongueros. Los bailarines dibujaban filigranas, floreándose en una sola baldosa, y los futbolistas inventaban su lenguaje en el minúsculo espacio donde la pelota no era pateada sino retenida y poseída, como si los pies fueran manos trenzando el cuero. Y en los pies de los primeros virtuosos criollos, nació el toque: la pelota tocada como si fuera guitarra, fuente de música.

Simultáneamente, el fútbol se tropicalizaba en Río de Janeiro y San Pablo. Eran los pobres quienes lo enriquecían, mientras lo expropiaban. Este deporte extranjero se hacia brasileño a medida que dejaba de ser el privilegio de unos pocos jóvenes acomodados, que lo jugaban copiando, y era fecundado por la energía creadora del pueblo que lo descubría. Y así nacía el fútbol más hermoso del mundo, hecho de quiebres de cintura, ondulaciones de cuerpo y vuelos de piernas que venían de la capoeira, danza guerrera de los esclavos negros, y de los bailongos alegres de los arrabales de las grandes ciudades.


Eduardo Galeano
del libro “El fútbol a sol y sombra”

Obdulio


Yo era chiquilín y futbolero, y como todos los uruguayos estaba prendido a la radio, escuchando la final de la Copa del Mundo. Cuando la voz de Carlos Solé me transmitió la triste noticia del gol brasileño, se me cayó el alma al piso. Entonces recurrí al más poderoso de mis amigos. Prometí a Dios una cantidad de sacrificios a cambió de que Él se apareciera en Maracaná y diera vuelta el partido.

Nunca conseguí recordar las muchas cosas que había prometido, y por eso nunca pude cumplirlas. Además, la victoria de Uruguay ante la mayor multitud jamás reunida en un partido de fútbol había sido sin duda un milagro, pero el milagro había sido más bien obra de un mortal de carne y hueso llamado Obdulio Varela.

Obdulio había enfriado el partido, cuando se nos venía encima la avalancha, y después se había echado el cuadro entero al hombro y a puro coraje había empujado contra viento y marea.

Al fin de aquella jornada, los periodistas acosaron al héroe. Y él no se golpeó el pecho proclamando que somos los mejores y no hay quien pueda con la garra charrúa:
- Fue casualidad -murmuró Obdulio, meneando la cabeza. Y cuando quisieron fotografiarlo, se puso de espaldas.

Pasó esa noche bebiendo cerveza, de bar en bar, abrazado a los vencidos, en los mostradores de Río de Janeiro.

Los brasileños lloraban. Nadie lo reconoció. Al día siguiente, huyó del gentío que lo esperaba en el aeropuerto de Montevideo, donde su nombre brillaba en un enorme letrero luminoso. En medio de la euforia, se escabulló disfrazado de Humphrey Bogart, con un sombrero metido hasta la nariz y un impermeable de solapas levantadas.

En recompensa por la hazaña, los dirigentes del fútbol uruguayo se otorgaron a sí mismos medallas de oro. A los jugadores les dieron medallas de plata y algún dinero. El premio que recibió Obdulio le alcanzó para comprar un Ford del año 31, que fue robado a la semana.


Eduardo Galeano
del libro “El fútbol a sol y sombra”

Pelé


Cien canciones lo nombran. A los diecisiete años fue campeón del mundo y rey del fútbol. No había cumplido veinte cuando el gobierno de Brasil lo declaró tesoro nacional y prohibió su exportación. Ganó tres campeonatos mundiales con la selección brasileña y dos con el club Santos. Después de su gol número mil, siguió sumando. Jugó más de mil trescientos partidos, en ochenta países, un partido tras otro a ritmo de paliza, y convirtió casi mil trescientos goles. Una vez, detuvo una guerra: Nigeria y Biafra hicieron una tregua para verlo jugar.

Verlo jugar, bien valía una tregua y mucho más. Cuando Pelé iba a la carrera, pasaba a través de los rivales, como un cuchillo. Cuando se detenía, los rivales se perdían en los laberintos que sus piernas dibujaban. Cuando saltaba, subía en el aire como si el aire fuera una escalera. Cuando ejecutaba un tiro libre, los rivales que formaban la barrera querían ponerse al revés, de cara a la meta, para no perderse el golazo.

Había nacido en casa pobre, en un pueblito remoto, y llegó a las cumbres del poder y la fortuna, donde los negros tienen prohibida la entrada. Fuera de las canchas, nunca regaló un minuto de su tiempo y jamás una moneda se le cayó del bolsillo. Pero quienes tuvimos la suerte de verlo jugar, hemos recibido ofrendas de rara belleza: momentos esos tan dignos de inmortalidad que nos permiten creer que la inmortalidad existe.


Eduardo Galeano
del libro “El fútbol a sol y sombra”
Gol de Maradona


Fue en 1973. Se medían los equipos infantiles de Argentinos Juniors y River Plate, en Buenos Aires.

El número 10 de Argentinos recibió la pelota de su arquero, esquivó al delantero centro de River y emprendió la carrera. Varios jugadores le salieron al encuentro: a uno se la pasó por el jopo, a otro entre las piernas y al otro lo engañó de taquito. Después, sin detenerse, dejó paralíticos a los zagueros y al arquero tumbado en el suelo, y se metió caminando con la pelota en la valla rival. En la cancha habían quedado siete niños fritos y cuatro que no podían cerrar la boca.

Aquel equipo de chiquilines, los Cebollitas, llevaba cien partidos invicto y había llamado la atención de los periodistas. Uno de los jugadores, El Veneno, que tenía trece años, declaró:
- Nosotros jugamos por divertirnos. Nunca vamos a jugar por plata. Cuando entra la plata, todos se matan por ser estrellas, y entonces vienen la envidia y el egoísmo.

Habló abrazado al jugador más querido de todos, que también era el más alegre y el más bajito: Diego Armando Maradona, que tenía doce años y acababa de meter ese gol increíble.

Maradona tenía la costumbre de sacar la lengua cuando estaba en pleno envión. Todos sus goles habían sido hechos con la lengua fuera. De noche dormía abrazado a la pelota y de día hacía prodigios con ella. Vivía en una casa pobre de un barrio pobre y quería ser técnico industrial.


Eduardo Galeano
del libro “El fútbol a sol y sombra”

8 comentarios:

Blas Malo Poyatos dijo...

Hola Alejandro, aunque comprendo racionalmente que a otros les guste el fútbol tanto como a mí la lectura y escritura, pasionalmente el que llaman deporte rey me deja indiferente. No me aporta nada. Pero al menos la gente se olvida por un rato de la crisis. Mi droga es leer; la suya, el balompié.

Un abrazo

d. osorio dijo...

No entiendo mucho de fútbol, pero debo confesar que me emociona. Gracias por subir los relatos, mi favorito es Gol de Maradona... un clásico :)

Saludos

raúl astorga dijo...

Cuánta poesía destila el buen fútbol, el deporte digo. Lo demás, es abarcativo de toda la sociedad, la corrupción, la envidia, las chicanas, también están en la literatura, donde a lo barra brava se han agarrado a trompadas por un premio literario. El fútbol, como deporte en su más pura expresión es épìco. Ale, hacete de Central. Estamos en la B, pero estás a tiempo de vivir momentos de vuelo hacioa la A nuevamente y algún campeonato. Ayer, a mis 46, hice un gol como el que le hizo Rodríguez a México en el mundial anterior. Me besé la camiseta, el escudo de Central y los pibes aplaudieron. Si eso no es poesía en el deporte...Disfrutemos sin cerrar los ojos. Abrazo a todos.

Rosita dijo...

Ale: comparto cuanto dijo Raúl. Qué lindo el fútbol. Pero, mirá: te ofrezco te hagas rojinegro, leproso o de Negüels o como quieras llamarlo. Es lindo, porque te llaman leproso y vos decía: eso significa que nosotros no discriminamos. Bromas aparte, que pases feliz día del escritor!!!!!!. Contigo siempre: Ro.

Mián Ros dijo...

¡Aupa!, ya estamos en pleno mundial. Las letras no están reñidas con el fútbol, Alejandro. ¿Se puede compaginar?, claro que sí.

Un fuerte abrazo, querido amigo.
Mián Ros

Sergio G.Ros dijo...

Yo estoy con MiánRos, Alejandro: las letras no tienen por qué estar reñidas con el fútbol; además, me pasa un poco como a ti, y aunque sí tengo equipo, de hace un tiempo a esta parte no sigo la liga nacional, pero sí me estoy tragando todos los partidos que puedo del Mundial.. Messi es un crack, de eso no hay duda.
Un abrazo.

Blanca Miosi dijo...

A mí me gusta el fútbol, y cuando es un mundial más aún. Claro, que de ahí a escribir un libro acerca del deporte rey estoy muy lejos, pues no me considero una conocedora de materia. Galeano tiene mucho de qué hablar, me encanta Pelé, y también Maradona, aunque últimamente hay muchas cosas que nos separan.

Besos!
Blanca

Betty Badaui dijo...

Ale, acaba de terminar el partido Argentina-Grecia y qué querés que te diga, yo lo disfruto.
Me encantó venir a mi ordenador y abrir tu página, esos textos que elegiste son de los grandes que me emocionan por sus logros que no están teñidos de soberbia, admiro la GRAN GENTE.
Gracias por lo que ofrecés desde tu sitio.-
Betty