sábado, 27 de junio de 2009

Mi primer poema

Una noche esperaba el colectivo en Belgrano, sobre la avenida Cabildo. Volvía de la facultad y era bastante tarde, quizá las once o las doce. Estaba acostumbrado a esos horarios (no como ahora que me voy temprano a la cama). Creo recordar que hacía frío, pero no estoy seguro. Lo que sí sé es que nunca había estado enamorado.

Ya para entonces tenía la costumbre y el gusto de encontrarme siempre leyendo un libro. Terminaba uno y empezaba el siguiente. Mis espacios de lectura eran fundamentalmente los viajes (colectivos, trenes, subtes) y lo siguen siendo. Los géneros eran variados: poesía, novela, cuento, ensayo, lo que fuera. Se trataba sólo de indagar, de mirar el mundo de una manera distinta.

A pesar de que leía de todo por igual, era la poesía la que me llegaba más hondo. Andaba por las calles rumiando versos. Parecería un desquiciado, seguramente, pero poco me importaba. Conseguía arrancarme por un rato de la timidez habitual y de las miradas ajenas. Era otro, y era yo mismo.

Esa noche los versos repetidos comenzaron a transformarse. Se hicieron nuevos, diferentes. Se hicieron míos. Llegó entonces mi primer poema, que se escribió primero en la parada del colectivo y continuó luego escribiéndose durante el viaje (allí sí con papel y lápiz), y me hizo sentir feliz de un modo que hasta ahora no conocía.

Ese poema me descubrió melancólico y abandonado, sin motivo quizá, y me mostró también ansioso por el amor que aguardaba. Ese poema es el que dejo a continuación:

Eterna soledad


Inmensa soledad que me sostienes
olvídate de mí
por un momento,
abandona a este pobre corazón
y libera el alma mía
de tu densa
y abrumadora niebla.

No conoces el sabor de la derrota,
te alza imponente frente a mí,
oscureces los sueños más brillantes
y empañas
los delicados cristales del sentimiento.

Pero no todo duerme bajo tu manto.
Hay algo que no consigues amarrar:
un breve pero profundo deseo,
un suspiro nuevo
y el inevitable nacimiento del amor.


Alejandro Laurenza
del libro “Silencios de un Mundo

domingo, 21 de junio de 2009

Cómo llegué a la poesía

Creo que siempre fui algo sentimental, aunque a veces no se me note visto desde afuera (escudos que uno tiene, quizá). Anduve y ando por el mundo intentando disfrutar de las cosas sencillas. Creí y creo en el amor, y me parece que hasta ahí llego, o tal vez un poquito más (pero no mucho).

Sin embargo, por herencia familiar (nunca impuesta, sino adoptada por elección propia), mi formación estuvo siempre más ligada a la técnica y a la matemática que a las expresiones artísticas. Pero hubo un día, de esos días adolescentes en que uno tiene dieciséis o diecisiete años, que en una ficción televisiva de Argentina uno de los personaje recitaba un poema maravilloso de Pablo Neruda.

Y ahí estaba yo, sorprendido por la belleza de aquel poema, pero sorprendido también por lo que el poema podía producir en mí. Se me abrieron entonces las puertas de un mundo nuevo. Me acerqué a la poesía y allí me quedé, y aún hoy me quedo.

Ahora dejo que ese poema siga hablando por mí:



Me gustas cuando callas porque estás como ausente,
y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.
Parece que los ojos se te hubieran volado
y parece que un beso te cerrara la boca.


Como todas las cosas están llenas de mi alma
emerges de las cosas, llena del alma mía.
Mariposa de sueño, te pareces a mi alma,
y pareces a la palabra melancolía.


Me gustas cuando callas y estás como distante,
y estás como quejándote, mariposa en arrullo,
y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza:
déjame que me calle con el silencio tuyo.


Déjame que te hable también con tu silencio
claro como una lámpara, simple como un anillo.
Eres como la noche, callada y constelada.
Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.


Me gustas cuando callas porque estás como ausente,
distante y dolorosa como si hubieras muerto.
Una palabra entonces, una sonrisa bastan.
Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.




Pablo Neruda
del libro “Veinte poemas de amor y una canción desesperada”