miércoles, 28 de marzo de 2012

Vivir para contarla (II)

Continuamos con la autobiografía Vivir para contarla, de Gabriel García Márquez.

Yo era el más desvalido de la cofradía, y muchas veces me refugié en el café Roma para escribir hasta el amanecer en un rincón apartado, pues los dos empleos juntos tenían la virtud paradójica de ser importantes y mal pagados. Allí me sorprendía el amanecer, leyendo sin piedad, y cuando me acosaba el hambre me tomaba un chocolate grueso con un sanduiche de buen jamón español y paseaba con las primeras luces del alba bajo los matarratones floridos del paseo Bolívar. Las primeras semanas había escrito hasta muy tarde en la redacción del periódico, y dormido unas horas en la sala desierta de la redacción o sobre los rodillos del papel de imprenta, pero con el tiempo me vi forzado a buscar un sitio menos original.

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La solución, como tantas otras del futuro, me la dieron los alegres taxistas del paseo Bolívar, en un hotel de paso a una cuadra de la catedral, donde se dormía solo o acompañado por un peso y medio. El edificio era muy antiguo pero bien mantenido, a costa de las putitas de solemnidad que merodeaban por el paseo Bolívar desde las seis de la tarde al acecho de amores extraviados. El portero se llamaba Lácides. Tenía un ojo de vidrio con el eje torcido y tartamudeaba por timidez, y todavía lo recuerdo con una inmensa gratitud desde la primera noche en que llegué.

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Nunca había estado en un lugar tan tranquilo. Lo más que se oía eran los pasos apagados, un murmullo incomprensible y muy de vez en cuando el crujido angustioso de resortes oxidados. Pero ni un susurro, ni un suspiro: nada. Lo único difícil era el calor de horno por la ventana clausurada con crucetas de madera. Sin embargo, desde la primera noche leí muy bien a William Irish, casi hasta el amanecer.

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No me amilané. El viaje a Caraca con mi madre, la conversación histórica con don Ramón Vinyes y mi vínculo entrañable con el grupo de Barranquilla me habían infundido un aliento nuevo que me duró para siempre. Desde entonces no me gané un centavo que no fuera con la máquina de escribir, y esto me parece más meritorio de lo que podría pensarse, pues los primeros derechos de autor que me permitieron vivir de mis cuentos y novelas me los pagaron a los cuarenta y tantos años, después de haber publicado cuatro libros con beneficios ínfimos. Antes de eso mi vida estuvo siempre perturbada por una maraña de trampas, gambetas e ilusiones para burlar los incontables señuelos que trataban de convertirme en cualquier cosa que no fuera escritor.


Gabriel García Márquez
fragmentos del libro “Vivir para contarla”


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sábado, 17 de marzo de 2012

4000

Solía decirme a mí mismo, por lo bajo, como una especie de mantra, que con cada libro vendido estaba un paso más cerca de vivir de la literatura. Me autoconvencía de que no hacía falta mirar el panorama completo, ni hacia adelante ni hacia atrás, sino concentrarse en ese pequeño granito que acababa de suceder, o sucedería pronto.

Eso cuando salía a la plaza, después de haber trabajado todo el día en actividades que en algún tiempo habían sabido cautivarme, pero ya no. Muchas veces cansado mentalmente, y con la necesidad de olvidar ese cansancio, para poder ofrecer de un modo más o menos digno el fruto de desvelos anteriores, de horas de fervor dedicadas al papel y al lápiz.

Cualquiera que haya vendido alguna vez (lo que sea: tomates, productos electrónicos, caramelos, o el objeto de su propia creación) sabe bien que el ánimo lo es todo para que esa venta se concrete, y más aún cuando el comprador no va a buscar lo que necesita a un negocio, sino que de repente se lo están ofreciendo en medio de la calle, y ni lo espera ni lo quiere, al menos de antemano.

Hoy es distinto. Dedico una parte de mi tiempo a escribir, otra a corregir y publicar, y una última a vender. Ya no vengo cansado de otras actividades, e intento elegir los momentos y lugares en los que mejor me siento. Cada mañana, según las ganas con las que me haya levantado, decido a qué lugar de la ciudad iré a ofrecer mis libros. Y la ciudad, por suerte, es lo bastante grande como para dejarse recorrer sin demasiadas planificaciones: alcanza con anotar los barrios transitados, desmenuzados poco a poco en ese ir y venir azaroso.

Todo esto para decir que acabo de vender el ejemplar número cuatromil. Un hito más en el desafío de los números redondos. Sin embargo, aunque ya no me repita todos los días que cada libro es importante, creo haberlo asimilado definitivamente. Entendí, además, que lo primordial es disfrutar del momento en que se vende (como ya lo hacemos al escribir y publicar), y tratar de fluir de la mejor manera posible. El resto viene solo.

domingo, 11 de marzo de 2012

Rabindranath Tagore

Llegó por casualidad a mi biblioteca. Fue hace tres o cuatro años. Edición sencilla. Contenido inesperado. Sus Entrevisiones de Bengala son una serie de cartas elegidas, entre las muchas que escribió durante los años 1885 a 1895.

Pero estas cartas, colmadas de belleza, de profundidad, y de admiración por un mundo demasiado vasto (más vasto todavía al resguardo de la ciudad apabullante, y en contacto pleno con la naturaleza infinita), no fueron escritas para ser publicadas. Ni siquiera copia guardaba el autor. Volvieron a él más tarde, con el tiempo. Fue entonces cuando hallaron la posibilidad de reunirse en libro.

Rabindranath Tagore (1861-1941). Poeta, dramaturgo, filósofo, educador, músico y pintor indio. Su lengua materna, el bengalí. Conocedor también del sánscrito y el inglés; este último por formar parte entonces la India del imperio británico. Síntesis de Oriente y Occidente. Recibió el premio Nobel de literatura en 1913.

Los invito a descubrir su obra, si es que no la conocen ya. En lo personal, me prometo seguir buceando en ella, además de la relectura habitual de sus Entrevisiones de Bengala.

BOLPUR
2 de Mayo de 1892


Hay muchas paradojas en el mundo y una de ellas es que dondequiera que el paisaje es inmenso, el cielo ilimitado, las nubes íntimamente densas, los sentimientos insondables ─es decir en los que el infinito se manifiesta─ el compañero apropiado de toda esta grandeza es una pesona sola. Una multitud allí parece trivial y distrayente.

Un individuo y el infinito están en planos iguales, dignos de mirarse uno a otro, cada uno desde su propio trono. Pero donde están muchos hombres ¡qué pequeños se hacen la humanidad y el infinito! ¡Cuánto tienen que quitarse a golpes a fin de encajar uno en otro! Cada alma necesita tanto lugar para explayarse que en una muchedumbre tiene que esperar espacios por entre los cuales sacar un poco la cabeza estirada de rato en rato.

Así que el único resultado de nuestro ensayo de reunirnos es que nos hacemos incapaces de llenar nuestras manos unidas, nuestros brazos tendidos, con esta infinta e insondable extensión de la armonía del mundo.


Camino de GOALUNDA
21 de Junio de 1892


Imágenes de una variedad infinita, de arenales, campos de mieses y aldeas, entran desligándose en nuestra visión a un lado y a otro; nubes flotando en el cielo, florecimiento de colores para cuando el día encuentre a la noche. Pasan barcos, arrojan sus redes los pescadores; las aguas hacen líquidos sones acariciadores durante todo el día; su ancha extensión se acalla en la quietud del anochecer, como un niño que se va quedando dormido, y, sobre el agua, todas las estrellas del ilimitado cielo montan guardia; luego, mientras estoy velando, las orillas dormidas a cada lado, el silencio sólo se quiebra, de vez en cuando, por un agudo grito de chacal en el bosque cercano a alguna aldea o por fragmentos que, minados por la vida corriente del Padma, se desmoronan y despeñan desde la alta ribera, cayendo al agua.

No es que el espectáculo sea siempre de un especial interés; un arenal amarillento, carente de yerba o de árbol, se extiende hasta lo lejos; una barca vacía está atada a su borde; el agua azulada, del mismo matiz que el cielo brumoso, fluye pasándome. Sin embargo, no puedo expresar lo que me conmueve de tal manera. Sospecho que las antiguas inquietudes y anhelos de mis días de infancia, gobernados por criados, ─cuando en la solitaria prisión de mis habitaciones yo me entregaba a la lectura de “Las mil y una noches” y compartía con el marinero Simbad sus aventuras en muchos países extraños─ aún no están muertos dentro de mí sino que despiertan súbitamente al ver una barca vacía atada a un arenal.

Si yo no hubiera oído cuentos de hadas ni leído “Las mil y una noches” y “Robinson Crusoe” en la infancia, estoy seguro de que las riberas lejanas, o el lado más distante de los anchos campos, no me habrían conmovido así; el mundo entero, a decir verdad, hubiera tenido un sentido diferente para mí.

¡Qué marañas de fantasías y realidades se enredan dentro del pensamiento del hombre! Las tramas diferentes ─menores y mayores de cuentos, acontecimientos e imágenes─, ¡cómo se anudan unas a otras!


SHELIDAH
10 de Agosto de 1894


Anoche me despertó un zumbido de aguas que se precipitaban ─una repentina interrupción alborotada de la corriente del río─ debido probablemente al embate de una cascadilla, cosa que ocurre con bastante frecuencia en esta estación. Los pies, sobre el maderamen del barco, se dan cuenta de la existencia de una variedad de fuerzas que trabajan bajo ellos. Ligeros temblores, pequeños balanceos, suaves ondeos y repentinas sacudidas; todo ello me tiene en contacto permanente con el pulso de la corriente fluidora.

Debió producirse alguna repentina conmoción en la noche para que despidiera a la corriente presurosa. Me levanté y me senté junto a la ventana. Una luz neblinosa hacía que el turbulento río pareciera más revuelto que nunca. El cielo estaba manchado de nubes. El reflejo de una gran estrella, enorme, se estremecía sobre las aguas como si fuera una ardiente desgarradura de dolor. Ambas riberas aparecían vagas con el empañamiento del sueño y entre ellas estaba esta loca inquietud desvelada que seguía corriendo y corriendo sin pararse a pensar en las consecuencias.

El contemplar una escena como ésta en medio de la noche, le hace a uno sentirse del todo una persona diferente y pensar que la vida a la luz del sol es sólo una ilusión. Después, nuevamente, con la mañana, ese mundo de medianoche se despintaba convirtiéndose en país de ensueño y se desvanecía en el aire. Los dos son bien diferentes y, sin embargo, los dos son verdad para el hombre.

El mundo del día me parece como la música europea, sus acordes y cacofonías revolviéndose unos a otros en una gran progresión de armonía. El mundo de la noche, como la música india; pura melodía desligada, grave y penetrante. Aunque su contraste sea tan marcado, las dos nos conmueven profundamente. Este principio de lo opuesto está en la misma raíz de la creación que se encuentra dividida entre el reinado del Rey y de la Reina; de la Noche y del Día; el Uno y el Vario; el Eterno y el Evolucionador.

Nosotros, los indios, estamos bajo el reinado de la Noche. Estamos sumergidos en lo Eterno y en el Uno. Nuestras melodías son para ser cantadas a solas, a sí mismos; nos sacan del mundo cotidiano a la soledad de lo aislado. La música europea es para la multitud que se la lleva, bailando por los montes y los valles de las alegrías y las penas de los hombres.


Rabindranath Tagore
cartas del libro “Entrevisiones de Bengala”

lunes, 5 de marzo de 2012

Maldita Conciencia (agotado)

Como sucedió primero con Libertad y otras yerbas, se agota ahora Maldita Conciencia, el cual iba ya por su segunda edición. Es este un libro bastante especial para mí, dado que me ayudó a creer en que vivir de la literatura es posible, o al menos estableció las bases para que el intento no fuera del todo descabellado.

Además, tuvo siempre un buen recibimiento por parte de la gente, y al día de hoy, hay quienes lo siguen prefieriendo (durante la elección mano a mano que se produce segundos antes de la compra) por encima de Soy Culpable, su sucesor dentro del género poesía.

Es que con él, creo haber alcanzado un pequeño escalón de madurez literaria, que suele ser insuficiente, claro, pero aún así inestimable. Aprender se aprende todo los días, sin embargo hay pasos que son también como hitos, o modestas banderas que se plantan como recuerdo de que pretendemos seguir avanzando.

Entiendo que, aunque a los fines prácticos pueda arreglármelas más o menos bien sin su presencia, se merece por lo dicho antes continuar vivo en papel. Así que es probable que a lo largo de este año planifique su edición número tres. Mientras tanto, mantiene su batalla en Amazon, respirando allí en formato electrónico.