sábado, 25 de septiembre de 2010

Preguntas de un nieto cualquiera

Les dejo una especie de relato sobre temas que hoy se discuten en Argentina.

Preguntas de un nieto cualquiera


¿Por qué me dejaron vivo? ¿Por qué no me habrán desaparecido junto con mis padres? ¿Fueron piadosos, acaso? ¿Dijeron no, con los niños no, con esos pobres inocentes no? ¿Pero no eran mis padres también inocentes? ¿Militantes de un mundo mejor, pero inocentes? ¿Soñadores pero inocentes?

¿Y cuál es la guerra de la que hablan? ¿Toda la fuerza del Estado (del Estado usurpado) cayendo sobre chicos de veinte años o menos? ¿Sin abogado, sin juicio? ¿Se puede vestir de culpables a quienes no lo son? ¿Se los puede poner al otro lado (al otro lado de una guerra inventada) por animarse a no permanecer en silencio?

¿Por qué me dejaron vivo? ¿Fueron piadosos, acaso? ¿O será por eso, porque era un niño, y no podrían luego justificarse poniéndome al otro lado?


Alejandro Laurenza

sábado, 11 de septiembre de 2010

Juegos del amor

Hoy es el turno de un relato sencillo, de esos que a veces escribo.

Juegos del amor


Ella lo miró, y comenzó a soñarlo. Él la miró, y comenzó a soñarla. A través de un cristal consiguieron amarse: sin tocarse las manos, sin un beso siquiera. Y sus corazones sin saber que se anhelaban mutuamente.

El tiempo se disfrazó de hechizo, y los fue uniendo en los brazos de un cielo nacido por ellos y para ellos. Incontables lunas recorrieron su mundo.

Y cuando el laberinto dejó de ser laberinto, jugaron a inventarse. Se elevaron soberbios ante los ojos del otro, irrepetibles. Ella tuvo todo lo que él podía esperar de una mujer. Él se volvió el hombre que ella aguardaba desde niña.

Hasta que un día se encontraron: los ojos brillantes, las sonrisas tiernas, los sueños fundiéndose en uno solo. Hasta que un día se dijeron te quiero, hace tiempo que te quiero, hace tiempo que espero que me quieras.

Hasta que un día (ese mismo día) llegó el fin. El inmenso amor que había sabido unirlos, y que acababa de escapar de las reglas de lo imposible, era tan perfecto que sólo duró un segundo.

Bastó sentirse para darse cuenta de que ya no eran los mismos. O, pensándolo mejor, de que seguían siendo los mismos. Tanto se habían inventado que no lograban reconocerse.


Alejandro Laurenza

sábado, 4 de septiembre de 2010

Maldita Conciencia

Pasados diez años desde que mi primer poema hubiera hallado sitio en un cuaderno de apuntes poco literarios, alcanzó la luz Maldita Conciencia, mi tercer libro de poesía. Año 2007 acercándose a su fin. Crisis vocacional en puerta: como las otras, o la misma que las otras. Un nuevo libro, que era también una nueva búsqueda.

Al igual que con los anteriores (Silencios de un Mundo y Libertad y otras yerbas) recurrí al conocido camino de la edición de autor. Como de costumbre, no sabía hacia dónde iba. No esperaba nada, y lo esperaba todo.

Salí a las calles. Lo había hecho ya tantas veces, que no hubo necesidad de tirar de los hilos de la imaginación. Y encontré respuesta: más de lo que pensaba. Mi libro se vendía y me dejaba sorprendido al finalizar cada tarde. Quinientos ejemplares se agotaron en seis meses, y vino luego la segunda edición.

Quizá entusiasmo, o madurez literaria, o clima económico del país (con afluencia de turismo interno y externo), fueron los motivos. Quizá un poco de cada cosa, pero sin olvidar la perseverancia. Un día puede ser muy bueno, y otro no tanto. En la suma está la clave.

Maldita Conciencia. Su título es un concepto que aparece obstinadamente en la mayoría de los poemas que lo conforman. Un concepto que hube de descubrir más tarde, cuando esos poemas ya estaban escritos, y que intenté entonces resolver en la contratapa.

Maldita conciencia es abrir los ojos, abrir los ojos a pesar de todo, aunque duela, es abrir los ojos a pesar de uno mismo.

Maldita conciencia es, como dice Fito, “...dar media vuelta y ver qué pasa allá afuera...”.

Maldita conciencia es también seguir, saber el mundo y seguir, y no tirarse en una cama tomando al mundo como excusa.